Intrusa.

By Kia

Hacía casi diez años que no la veía, y de un de repente, y en contra de mi voluntad, estaba por entrar en mi vida nuevamente. Hace diez años y no tenía idea de que esperar al respecto. Diez años.

Mi vida transcurría con relativa normalidad. Estaba casada, con dos preciosos retoños: una niña de trece años, y un muchacho de dieciséis. Mi matrimonio es lo que se dice estable, sólido, feliz... o al menos eso me decía a mí misma.

Lo conocí en el primer año de la universidad. Nunca había tenido novio y él era popular entre las chicas. Yo era más bien, cómo se diría... una de las que pasaban desapercibidas. Si bien hacía deporte, y mi cuerpo era sumamente atractivo, prefería vestirme de manera discreta. Él se me declaró, y yo sin pensarlo dije que sí. Ésta parte de “sin pensarlo” es más literal de lo que podría interpretarse. Realmente fue sin pensarlo. No pensé en las consecuencias, en mis necesidades, en lo que podría pasar. Sólo pensé en que el chico más popular estaba interesado en mí, y que no podría dejar pasar la oportunidad de ser más popular yo misma. Sí, acepté ser su novia sin pensarlo... y sin sentirlo. Siempre supuse que cuando te enamorabas de alguien sentías algo especial: chispa, magia, o de alguna otra de las formas con que describen esa sensación las canciones y las películas romáticas. Pero no fue así. No sentí nada en absoluto. “Bueno, supongo que ésa es otra exageración de Hollywood”, pensé. “Supongo que en la vida real, así es como se siente el amor: nada en absoluto”, me decía a mi misma en un intento de justificar mis sentimientos, o más bien mi ausencia de ellos.

Estábamos ya por graduarnos, cuando un día me invitó a su casa y comenzó a intentar tener sexo conmigo. Aquella vez tampoco sentí nada. Ni física ni emocionalmente. Cuando me estaba besando y no sentía nada, cuando me acariciaba y yo seguía impávida, cuando me penetró y sólo sentí dolor pero no sentí placer en absoluto, cuando tuve que fingir que lo disfrutaba, me decía a mí misma: “bueno, supongo que ésta es otra exageración de Hollywood, supongo que en la vida real, así es como se siente el sexo: nada en absoluto, al menos para las mujeres”.

Como en ocasiones sucede, me embaracé. Él, aterrado, casi decide escapar de mi lado. Cuando él manifestó sus intenciones de hacerlo, no me inmuté ni preocupé. Total, yo sola podría cuidar al bebé. Pero mis padres y sus padres nos convencieron de casarnos antes de que se me notara la barriga.

Tras casarnos, seguía en mi creencia de que así era la vida conyugal: estar con otra persona por la que no sientes nada especial, y de vez en cuando acceder a hacer algo en lo que tampoco sientes nada especial. Cuando nace mi hijo, Adrián, experimenté por primera vez el amor, el amor de una madre. Fue cuando me percaté de que ésta no era una exageración de Hollywood, y me pregunté si en realidad el amor se siente de otra forma que yo nunca había vivido.

El sexo era muy ocasional. Yo nunca tomaba la iniciativa. Quizá una o dos veces al mes, al estar acostados, sentía que comenzaba a besarme y a juntar su cuerpo con el mío. Era cuando yo separaba mis piernas, y esperaba paciente a que todo terminara para poder dormir. Claro que tenía que fingir todo, para no decepcionar a mi esposo. Y claro que el lubricante era pieza fundamental en nuestra alcoba, pues de otra manera, dada mi falta de placer, el ser penetrada me resultaría demasiado doloroso.

Tiempo después, me embarazo de nuevo y nace, ésta vez, una pequeña niña, Sofía. Posteriormente, nos mudamos a otra ciudad más grande pues él encontró un buen trabajo, y allí hemos llevado nuestras vidas. Los ratos de ocio que tengo (que son bastantes en realidad) los aprovecho para hacer las cosas que me gustan: hago ejercicio, me mantengo en forma... puedo decir que a mis cuarenta años estaba en muy buena forma. Era algo alta, con mi vientre plano, claro que con algunas estrías producto de mis embarazos. Mis piernas eran largas y torneadas, mi cintura estrecha, con mis caderas anchas y unos glúteos envidiables, si bien ya iban apareciendo algunos rastros de celulitis. Mi busto era grande, copa E, con unos enormes pezones promimentes color rosa oscuro. Eran muy buenos para dar pecho a mis bebés. Mi cara ya no era la que tenía a los veinte años, pero era linda, con unos labios delgaditos, nariz finita, unos ojos negros grandes y hermosos, pestañas largas y un cabello castaño claro hasta media espalda. Me gustaba arreglarme, perfumarme y vestir sensualmente (cosa que nunca hice de joven, quizá es la crisis de los cuarenta), pero nunca sabía para quíen o para qué hacía eso.

Mi esposo tiene una hermana, la cual se casó con un adinerado empresario. Ellos vivían al otro extremo del país, y casi nunca los visitábamos, perdón, corrijo. Yo casi nunca los visitaba. Siempre que las familias se reunían, era en casa de ellos (ellos nunca venían con nosotros) y siempre eran los niños y mi esposo quienes viajaban a verlos. Ellos tienen a sólo una niña, de la misma edad que mi Sofi. La última vez que la ví fue hace diez años. La verdad no me gustaba ir. Mi cuñada y su esposo no eran las personas más agradables: eran pedantes, presumidos, vanidosos... y la niña se veía que iba por los mismos pasos: como dicen, la manzana no cae muy lejos del árbol.

Mi relación con mi esposo no fue nunca de lo mejor. Yo lo sentía más que como un amigo (y ni siquiera tan buen amigo) que como esposo. Discutíamos frecuentemente. En su enojo, a veces el salía de la casa y no regresaba hasta el día siguiente. Nunca me molesté en preguntar dónde pasaba la noche, y la verdad no me interesaba. En ocasiones la idea de la separación cruzaba por mi mente, pero pensaba en mis hijos, y optaba por quedarme con él, a pesar de todo.

Hace un mes, mi esposo recibe una llamada de su hermana. Al parecer, su hija, Prisma, había tenido algún problema en la escuela, y querían cambiarla, no sólo de colegio, sino de ciudad. Era evidente que deseaban enviarla con nosotros a vivir. Mi esposo no pone objeción a ésa petición y sin consultarme previamente, decide recibir a la niña en nuestra casa.

Esa noche, tuvimos una terrible pelea. Gracias a Dios que los niños estaban en un curso de verano, y las paredes de nuestra casa son gruesas. Me molestaron varias cosas en realidad. Me molestó el hecho de que Javier (mi esposo) no me diera mi lugar de esposa y tomara la decisión por su cuenta. Además, la niña no era de mi agrado, a pesar de que nunca la veía. Pero por su forma de contestar el teléfono, y lo que me contaban Adrián y Sofi, se veía que la niña era engreída, presumida, con un aire de superioridad, y... aparentemente era... un tanto... demasiado amigable con sus compañeros, y muchos la tenían en un concepto de “puta”. Ésto también me preocupaba, pues Adrían estaba en plena pubertad, y tener a una muchacha que no es de su familia (directa al menos) bajo el mismo techo podría resultar en problemas. Además podría ser una mala influencia para Sofi, pues al parecer la idolatraba. Ya tenía suficiente que tras cada visita que le hacía, mi hija llegaba con nuevos manerismos, nuevas modas e ideas “progresivas” en la cabeza. Y por último, no me gustaba la idea de cambiar mi rutina a la que tanto me había costado acostumbrarme: aburrimiento y cotidianeidad. Pero lo que más me molestaba era que ni siquiera sabía el motivo por el cual la niña se había metido en problemas y sus padres, en vez de resolverlo y ser responsables de ella, simplemente se deshacen de la joven.

Nuestra casa era lo suficientemente grande para recibirla, ella tendría una habitación propia. Como mi esposo estaba siempre ocupado, a mí me tocó recibir al camión de mudanzas, ir al colegio a inscribirla y preparar todo para recibir a una huésped indeseada.

Finalmente, llegó el día en que Prisma llegaría. Nuevamente, fue a mí a quien tocó ir a recibirla al aeropuerto. Seguramente la gente allí notaba mi cara de disgusto. Era algo inevitable. Me estaba impacientando, así que voy al tocador a refrescarme. Tras un rato, voy de nuevo a la sala de llegadas. El avíon acaba de llegar y la gente empieza a entrar a la terminal. No sé si podré recordar su rostro, pues últimamente lo he visto sólo en fotos. En eso estaba, cuando veo llegar a una joven niña, de figura esbelta, cabello hasta los hombros, lacio y negro con algunos rayos rojizos, usando lentes oscuros que cubrían la mitad de su infantil rostro; con un top cubriendo su pecho en desarrollo (aunque ya estaba bastante crecido para su edad, era al menos copa b), con el plano abdomen descubierto, dejando ver el piercing de su ombligo (pues también tenía otro en la lengua); vistiendo un pequeño, muy pequeño short de mezclilla que dejaba ver sus largas piernas, y usando unas sandalias de tacones.

Tenía que ser ella. Titubeando, me acerco a la joven, la cual al verme llegar, se baja los lentes oscuros dejando ver sus ojos azules y sus largas pestañas. Estaba muy maquillada para su edad. Sombras, rimel, labial, incluso olía a perfume, una fragancia que era bastante rica, pero en ese momento me incomodaba oler. - ¿Tía Alondra?- Me pregunta mientas sube su mirada, levantando una ceja en una actitud de lo más engreída. - Sí, soy yo Prisma, ven, vamos a la casa a que descanses, seguramente vienes fatigada por el viaje -. Realmente estaba tratando de ser amable, pero la niña respondía siempre de manera nefasta: - la verdad no. Papá me pagó boletos en primera clase, así que pude descansar bastante... pero vamos a la casa, quiero arreglar mi habitación de una vez -.

El viaje en auto fue bastante silencioso. Ella venía con sus audífonos y revisando no se qué en su celular. Odiaba esos aparatos, ls jóvenes parecen estar absorbidos por completo en ellos y no prestan atención a nada ni a nadie... viven una vida vrtual pero nunca se molestan en vivir la realidad. La muchacha no intentó conversar conmigo, ni yo tampoco con ella. Llegamos a casa, le abro la puerta del auto (siempre tratando de ser amable) y sin decir palabra, sube a buscar su habitación. Mientras tanto, me pongo un delantal para empezar a preparar la cena. Tas unos momentos, llegan mis hijos. Me saludan y Sofi me pregunta si ya había llegado Prisma, al contestarle afirmativamente, sube corriendo la escalera. Bajan tras un par de minutos para alistarse a cenar. Mi hija no deja de elogiarla: su ropa, sus piercings el hecho de que le permitieran maquillarse. Prisma era una poderosa influencia en Sofi, lo cual no me agradaba. Yo siempre he tratado de mantener disciplina en mis hijos, y Sofi sólo tiene permitido usar perforaciones en sus oídos y nada de maquillaje, además de que siempre vigilo la ropa que usa. De hecho, Sofia me había comentado que quería tener novio y nos pidió permiso para ello, pues al parecer los padres de Prisma ya le habían dado autorización para tener novio. Esa fue una de las pocas cosas en que mi marido y yo coincidimos: el permiso para tal cosa le fue negado.

Y a propósito de las relaciones entre muchachas y muchachos, mi otra preocupación era Adrián. Si bien parecía estar entretenido en la consola de videojuegos y estar desinteresado en la conversación de su hermana y su prima, observé que era más que evidente que dirigía frecuentes miradas a Prisma, miradas donde recorría su cuerpo de arriba a abajo, deteniendo sus ojos en su busto y caderas. No puedo culparlo, la muchachita es bastante guapa, además de que su juvenil cuerpo es sumamente atractivo: vientre plano (sin estrías), cadera ancha, pompas prominentes, busto (copa b) en desarrollo... podría atraer a cualquier hombre, como a mi hijo... o a mi esposo. Suspiré apurada por lo que pudiera pasar más adelante en mi familia. No por celos de que fuera a quitarme a Javier o algo así, sino porque, como ya dije, odiaba sentirme desestabilizada en mi rutina.

Más tarde llegó mi esposo, saluda a nuestra huésped sin mucho interés, y cenamos todos juntos. Obviamente, la conversación se centro en Prisma. Mi hija le preguntó el motivo de su partida de casa, a lo que ella sólo contestaba con evasivas o con algún comentario supuestamente inteligente e incisivo. La actitud de nuestra inquilina se mantuvo igual el resto de la velada: engreída, esnob, chocante. Sofí estaba encantada. Ya tenían planes de ir de compras mañana. Mi hijo se veía excitado, no dejaba de mirar el pecho y las piernas de Prisma. Mi marido parecía ausente, lo cual a decir verdad, era normal en él.

Por la noche, todos nos retiramos a descansar. Como siempre, mi marido se acostó en su lado de la cama y yo en el mío. Como siempre, él cae dormido primero. Como siempre, los niños duermen profundamente. Como siempre, el perro ladra un momento antes de acostarse. Como siempre, mi marido comienza a roncar. Como siempre, lo tengo que mover para que cambie de posición para que me deje dormir. Como siempre, bajo a la cocina a preparme un té para poder conciliar más fácilmente el sueño. Como siempre. Todo parecía igual que siempre. Excepto por ella.

Estaba preparando mi té en el microondas, cuando oigo unos pasos bajar la escalera. Creí que era algunos de mis hijos, así que sin voltear a ver digo: - Hola mi amor, ¿se te ofrece algo de la cocina?-. Al no escuchar una respuesta inmediata, volteo. Era Prisma, quien estaba de pie, mirándome, sonrojada intensamente. Vestía una pijama consistente en un (también muy corto) short y una camiseta sin mangas, color rosa con negro. Al verla, siento que mi cara también se sonroja, lo cual es algo que sólo me pasa cuando me enojo. Evidentemente no estaba enojada en ese momento, así que no pude comprender mi rubicundez. Casi tartamudeando, al verla tan sorprendida e inmóvil, le digo: - P.. Prisma, dis... disculpa, creí que era Sofi o Adrían...-. La niña asiente y se sienta en el desayunador. Recobrando mi postura, le pregunto si desea algo. - Yo... sólo vine por algo de leche tía Alondra -. La niña se veía extrañamente dócil. Así, le sirvo leche en un vaso, y me siento en la mesa junto con ella a tomarme mi té.

El reloj de la sala parecía más ruidoso de lo normal mientras Prisma y yo tomábamos nuestras respectivas bebidas en la cocina. La niña se veía con la mirada baja, casi tímida. Con voz tenue, me dice: - Gracias por recibirme tía -. Me quedo con los ojos abiertos, sorprendida. - No es nada, para eso está la familia-, le respondo. Finalmente, termina su vaso, y como por hechizo, retoma su actitud altanera. Se recarga en su silla, se cruza de brazos y voltea la mirada con desdén. Tras un momento, termino mi té, en eso la niña suspira con desprecio y se marcha. La veo subir la escalera contoneando sus caderas y con esa postura de pseudomodelo. No pude evitar reírme tras observar esa curiosa transformación. Tsundere creo que es el término que una vez escuché en un programa japonés que veían mis hijos. Decido que debo ir a acostarme ya. Al subir las escaleras, hay una figura en la penumbra. Es ella. Cuando me oye llegar, sin voltear a verme, me dice secamente: - buenas noches – y se retira a dormir.

En la mañana me levanto a preparar el desayuno para Adrián, quien trabaja a pesar de que los niños están de vacaciones. Tras bañarme, bajo a preparar el desayuno para todos. La primera en bajar es, para mi disgusto, Prisma, luciendo como siempre sus largas piernas con un minúsculo short negro, una escotada blusa negra sin mangas con el estómago descubierto, y maquillada como era usual en ella. -Buenos días Prisma – la saludé. Ella no se molestó en contestar. Venía haciendo no se qué rayos en su smartphone. Cielos, realmente odio esos aparatos. Luego bajó Sofi, de inmediato va con Prisma y comenta a platicar no se qué. Algo de las compras que van a hacer hoy y de los muchachos que van a poder ver. - ¡Espérame no me fastidies tanto! - decía Prisma a cada momento, a lo cual mi hija, lejos de molestarse o entristecerse, obedecía con gusto. No parecía tsundere como pensé, no. Ellos eran personajes encantadores y pasivo-agresivos. Prisma simplemente era indiferente ante todo, con un aire de superioridad ante todo. Una milenaria simplemente. Más tarde baja Adrián, quien mira fijamente a Prisma como ya era usual. Así, las chicas se alistan para irse al súper y mi hijo se va a jugar fútbol con sus amigos.

Es a mí a quien me correspondió llevarlas al centro comercial. Sofi iba adelante conmigo. Al llegar a la plaza, Prisma baja sin despedirse. Le pregunto a Sofi a qué hora paso por ellas, a lo que ella responde: - nosotras te marcamos- . Antes de que baje, le doy un pequeño recordatorio a Sofi: - ya sabes qué clase de ropa comprar. No quiero nada escandaloso, ni maquillaje. Si lo compras te arriesgas a que lo tire eh?- . -Siiiiiii maaaaaaaaaa- dice ella y baja del auto.

Tras dejarlas, quedo con mi amiga Karla a ir a tomar un café. Paso por ella y procedemos a ir a un establecimiento al cual frecuentábamos.

- ¿Y cómo te ha ido con tu invitada? - me preguntó. - Pues apenas ha pasado un día, pero ella es bastante nefastita he de admitir -. Karla ha sido mi amiga desde hace varios años. Ella también tenía hijos de la edad de Sofi, por lo que comprendía lo que era lidiar con pubertos. - Ya se acostumbrarán, ten paciencia -, me dijo.

Tras el gimnasio, voy a casa a preparar la comida, mientras espero la llamada de Sofi. Pero no recibo ninguna llamada. Llegó Adrián, luego Javier, pero ni rastros de Sofi (ni de Prisma).

Eran ya las ocho de la noche. Javier no se veía molesto ni preocupado, al contrario de mí. Las niñas no habían llegado ni marcado aún. En eso, escucho un auto en la acera de enfrente. Son ellas, a bordo de un auto junto con unos tres muchachos. Se les veía de por lo menos 18 años. Eso me enfureció y se lo hize ver a Javier. - Ya no son niñas, ya saben cuidarse, además ya están en edad de conocer muchachos- dijo sin quitar la mirada de su tablet.

Oigo que llaman a la puerta, y voy a recibirlas. Contengo mi coraje mientras entra Prisma sin saludar. Luego llega Sofi y me saluda. - ¿Quiénes eran esos?- le pregunto. - Unos muchachos que se nos acercaron, Prisma comenzó a platicar con ellos y luego nos ofrecieron traernos y ¡hasta nos invitaron a salir mañana!, Prisma les dió su teléfono para que nos llamaran -. Busqué a Javier, pero ya no estaba. Se había ido a bañar. - Y qué te hace pensar que te voy a dar permiso de ir, puede ser peligroso ¿sabes?, y también es peligroso es subirse a un coche con desconocidos, o darles su teléfono-. Digo ésto último mientras volteo con Prisma, quien yace sentada en el sillón. - ¡Uff!- Exclama ella, y se va a su cuarto. Sofi se queda enre triste y enojada y tras cenar de mala gana, se retira.

Ya estamos todos acostados. Como siempre, bajo a la cocina por mi té. Nuevamente escucho pasos, y ésta vez, volteo a ver quién es. Es Prisma, con su pijama, quien llega y se sienta, enfadada, en el desayunador. No dice nada, sólo se queda allí, con el ceño fruncido, aún maquillada. Le sirvo un vaso de leche y se lo pongo en la mesa. Ella lo toma de mala gana, da un sorbo, y me dice, con la voz temblorosa: - ni siquiera les dí mi verdadero número, ni les dije en cuál casa vivíamos, no soy tan estúpida para hacer eso -. Me quedo mirándola un rato, sorprendida por lo que dijo. ¿Acaso era ésta una especie de disculpa para ella? Termina el vaso de leche, y se dispone a ir, pero al ver que voy llegando a la mesa con mi té, vuelve a sentarse y me espera a que me lo termine. A pesar de ese gesto de amabilidad, no cruzamos palabras. Al terminar mi té, y recoger el vaso y la taza, Prisma se pone de pie, y ahora sí se retira a su cuarto. - Buenas noches- le digo mientras camina. Ella se detiene, y sin voltear, exclama -buenas noches-, y sube a dormir.

Antes de subir yo, veo que en la sala quedaron las bolsas de las muchachas. Me dispongo a revisar las prendas. En unas bolsas había unos jeans, unas blusas y accesorios. Supuse que era la de Sofi. En la otra, había unas minifaldas, unos yoga pants, unas blusas cortas y algunos labiales y lápices de cejas. Era obvio que era la bolsa de Prisma. En el fondo de la bolsa hay una pequeña bolsita negra. La tomo y la reviso, y me percato de que es una pantaleta. No cualquier pantaleta, es una tanga de hilo dental, t string, con la entrepierna transparente y una mariposita al frente y detrás. Quedé pasmada. Observo detenidamente la prenda. ¿Prisma usaba ésta clase de ropa interior?. Era obvio que si así era, los rumores sobre su ligereza de cascos tenían que ser ciertos. Era una prenda demasiado sexual para una niña de su edad. Me sentí indignada y una tanto decepcionada. Me la imaginé usando esa prenda. Seguramente le luciría de maravilla, pero no era el momento para que usara esa clase de cosas ni que hiciera esa clase de cosas. La vuelvo a guardar y me retiro, pero en eso siento una cálida humedad en mi entrepierna. Ya era día veintiocho y los cólicos habían comenzado desde ayer, así que supuse que era mi periodo. Subí al baño, tomé una toalla y me dispuse a cambiar. Pero al revisarme me percaté de que no había sangrado: era un líquido transparente, espeso, que cubría toda mi zona genital. Me sorprendí. Eso era algo que nunca me había pasado. Era algo inverosímil y que me avergonzó profundamente en ese momento: estaba mojada... estaba... excitada.

Me fui a acostar sumamente confundida. En la vida me había sucedido algo así. ¿Qué me había pasado? ¿Por qué me excité al grado de mojarme tanto? ¿Acaso fue por la tanga de Prisma? Sacudo mi cabeza en negación. No había motivo para que una simple prenda me pusiera en tal estado, sin importar lo sensual, minúscula y delicada que fuera. No importaba lo bien que probablemente se vería en Prisma, con su juvenil y perfecto cuerpo de adolescente, resaltando su femenina figura, con la prenda semitransparente dejando ver claramente aquellas zonas que pretendía cubrir. Nuevamente siento más humedad, tras lo cual nuevamente me reviso y en efecto, era más lubricación. Me dispongo a dormir casi al borde del llanto. ¿En verdad me excitó tanto esa prenda? ¿Qué fué lo que me excitó de ella: el trasfondo sexual que representa una prenda así... o el hecho de imaginarme a Prisma usándola? La primera opción podría entenderse, es decir, esa clase de prendas no suelen ser para uso diario, sino más bien para usarse en la alcoba previo a un encuentro sexual. Sin embargo, nunca me había puesto así, a pesar de que a veces yo uso prendas similares pero con otro fin: para que no se marque la ropa interior a través de la ropa del gimnasio.

La segunda opción era la más perturbadora. En efecto, visualicé a la niña vívidamente utilizando esa prenda. Quizá ella la usaría para algún encuentro sexual, no lo sé, pero sí la pude ver claramente en mi mente mientras portaba esa diminuta pieza. Se veía... hermosa. Pero, ella es una mujer al igual que yo, y además es veintiseite años más joven. Era imposible que algo así me excitara. Con ese pensamiento de negación y autoconvencimiento, caí dormida.

A la mañana siguiente, como todas las mañanas, voy al baño. Tras asearme, noto que tras limpiarme los genitales, ya había sangrado. Respiro sumamente aliviada mientras me digo a mí misma: “entonces era ésto. No era que estuviera excitada. Seguramente fue algún cambio antes de mi menstruación”. Así, más contenta, bajo a preparar el desayuno. Mi esposo baja, me da los buenos días y sin despedirse, sale al trabajo. Los siguientes en bajar son mis hijos, iban platicando acerca de a dónde ir y cuál película ver por la noche, pues al parecer los tres (mis dos hijos y Prisma) iban a salir ese día. Les sirvo el desayuno a mis retoños mientras siguen conversando animadamente. Es cuando escucho pasos bajando la escalera. Mi corazón comenzó a palpitar emocionado, ante mi sorpresa. Me sentía sumamente nerviosa. Escucho que los pasos entran a la cocina y se sienta en el desayunador. Yo sigo de espaldas. Por alguna razón no quiero voltear. - Buenos días Prisma- digo sin voltear a verla, pretendiendo estar muy ocupada mientras preparo sus hot cakes. - Buen día- esponde ella secamente. De prisa, le sirvo su desayuno y me retiro a la sala a descansar.

El día transcurrió en soledad y calma. Tras desayunar los niños salieron. Ésta vez iba Adrián con ellas. Ésto a la vez me tranquilizaba y me preocupaba. Me tranquilizaba pues quizá al ver que las muchachas llevaban compañía masculina, los demás chicos se abstendrían de tratar de seducirlas. Pero también me preocupaba la reacción de Adrián ante Prisma, pues cuando salían, era muy evidente que mi pobre muchacho estaba fascinado con la minifalda, el top y el escote de nuestra inquilina. Más aún, no sabía que ocultaba Prisma bajo esa minifalda de mezclilla. ¿Quizá la prenda que ví ayer? Sacudo mi cabeza tratando de dejar ese pensamiento atrás.

Los niños estarían fuera todo el día. Era una ciudad sumamente tranquila y segura así que no había problemas. Además la escuela estaba por comenzar y sería bueno que aprovecharan sus últimos momentos de ocio. Para mi tranquilidad y sorpresa, no hubo incidentes. Sí, algunos muchachos se acercaron con Prisma y Sofi, pero se fueron porque allí estaba mi hijo, aunque Prisma les dió su número telefónico (no sé si el verdadero o un falso como dijo el otro día).

Pasaron un par de días así, tranquilos relativamente, sin problemas. El incidente de la tanga y mi humedad habían quedado en el olvido. Ya mi periodo se había retirado. Siempre me dura cuando mucho 3 días y el sangrado es mínimo. “Pareces como gata” decían mis hermanas, quienes sí tenían periodos más largos y abundantes.

Llegó el primer día de escuela. Adrían baja primero y se va a esperar el autobús. Él entra un poco más temprano pues ya va en la preparatoria. Luego baja Sofi, y tras ella, Prisma. Al verla, y nuevamente ante mi sorpresa, mi corazón se acelera y se estremece. Allí está ella, radiante, con su cabello lacio, su cara maquillada, su blusa escolar ajustada, su falda escocesa del uniforme muy corta para mi gusto, sus medias hasta medio muslo, y ese perfume.. ese perfume que olía tan delicioso, pero me esforzaba por detestar. Las chicas salen a la escuela, y nuevamente, quedo sola en casa.

Los siguientes días fueron algo agitados para mí. Desde ese primer día, las chicas llegaban siempre acompañadas de muchachos. Sofi comenzó a llegar en compañía de un mismo joven, de su edad, el cual pareceía buen chico. Pero Prisma, llegaba siempre con alguien diferente: a veces con alguien de la escuela, o de la preparatoria cercana, a veces llegaba acompañada por dos o más chicos. Una vez incluso llegó con un joven como de veintitantos años. Siempre era la misma historia: llegaba a la casa y se quedaba fuera, conversando con los muchachos. En ocasiones la vigilaba a través de la ventana. Ella parecía o fingía desinterés. Los muchachos estaban embobados por completo y casi que besaban el suelo por donde pasaba. Eso me molestaba mucho por alguna razón. Sentía un inmenso coraje cuando la veía llegar con algún chico. Las pocas ocasiones en que llegaba sola, me sentía relajada. No podía entender lo que me pasaba. “Es que me da coraje esa actitud de zorra, y me preocupa que Sofi trate de imitarla” me decía a mi misma.

En una ocasión, simplemente no pude más. Allí estaba conversando con un muchacho que claramente estaba por lo menos en primer año de universidad. Estaba espiándo... ehh... vigilándola por la ventana, cuando veo que el muchacho le toca el hombro con la mano. En eso, ante la incrédula mirada de mi familia, salgo al jardín de enfrente. - Prisma, entra ya por favor- le digo con voz firme pero tranquila. Ambos voltearon a verme sorprendidos. Sobre todo Prisma, quien me miraba con los ojos abiertos, sonrojada. “Seguramente te sonrojaste porque andabas platicando cosas pervertidas con ese tipo” pensé. Prisma camina hacia la casa sin decir palabra, sin ni siquiera despedirse del muchacho, quien, decepcionado, se retira tristemente. Al pasar junto a mí, Prisma se detiene un instante. Se ve extraña. Se ve seria, pero aparentemente contenta, pues sus labios esbozan una sonrisa. No una sonrisa de malicia o de presunción, sino una sonrisa honesta. No dijo nada, entra a la casa y yo detrás de ella.

Por la noche, como ya era costumbre, no podía dormir. Así que bajo a la cocina por mi té. Ya pasaba de media noche y el resto de la casa estaba en silencio. Me siento a esperar a que se enfríe un poco el té, y me pongo a reflexionar sobre lo de hoy. ¿Qué fue lo que me pasó para ir así a interrumpir la conversación de Prisma con ese joven?. En eso, oigo unos pasos. Mi pulso se acelera y me pongo nerviosa pues ya me imaginaba quien era. En efecto, llega Prisma y se sienta en la mesa junto conmigo. No intercambiamos palabras. Allí estaba, mirándome, con el ceño fruncido, aún maquillada. No sabía si dormía maquillada o qué pasaba con ella. Me levanto y le sirvo un vaso de leche. Ella comienza a beberlo, toma aire y me dice: - ¿Por qué nos interrumpió en la tarde?, no estábamos haciendo nada...- Yo me quedé muda sin saber qué contestar. - Además, ya sé que me vigila siempre que llego con algún muchacho...- me dijo, mientras mi sangre bajaba a mis pies del asombro. -Nunca hago nada con ellos ¿sabe?- me dice. -Lo sé...- contesto con la mirada baja, un tanto avergonzada. -Entonces ¿por qué nos interrumpió y por qué me vigila?- me pregunta nuevamente y agrega con un tono que intentaba ser sarcástico: -¿Acaso le dan celos?-. Confundida como nunca, con un nudo en la garganta, al borde del llanto, me pongo de pie, apoyo mis manos en la mesa, con mi mirada hacia abajo. Con la voz sumamente quebrada le contesto de manera espontánea, sin pensar: -¡Sí, me dan celos... por eso lo hice!-. Comienzan a caer lágrimas en la mesa. No me atrevo a levantar la mirada por ningún motivo. Pasan algunos momentos, y finalmente tengo el coraje para contener mis lágrimas y mirar a Prisma. Ella está sentada, con los ojos muy abiertos, la boca entreabierta como a punto de decir algo, pero sin poder decirlo, y son los colores subidos al rostro. No sé que más decir, así que recojo los vasos y ahora soy yo quien se retira primero a dormir nuevamente. Prisma se queda en la cocina. En mi cuarto, sólo doy vueltas en la cama, sin poder dormir. Oigo unos pasos. Es Prisma quien regresaba a su cuarto luego de al menos quince minutos. Sigo dando vueltas, sin lograr conciliar el sueño.

Celos. Le dije que estaba celosa... pero... ¿cómo tomaría Prisma mis palabras? Lo que dije podría interpretarse de un par de formas: o que estaba celosa de ella, o que estaba celosa de ellos. Quizá Prisma entendió lo de la primera opción: que estaba celosa de ella porque es una chica muy popular, cosa que yo nunca fui. Lo que me preocupaba era que ella lo hubiera entendido como la segunda opción: que estaba celosa de los chicos que la rodeaban porque yo sólo la quería para mí. Pero, la verdad lo que más me desconcertaba no era cómo lo interpretaría ella... sino con qué sentido dije yo esas palabras. ¿Estaba celosa de ella o de ellos? ¿Por qué me molestaba tanto verla rodeada de chicos?

Por la mañana, despido a mi esposo, a mi hijo, y luego bajan las chicas. Evito a toda costa el ver a Prisma mientras las despido. Al ir saliendo, Prisma se detiene, y sin voltear a verme, simplemente dice: - hasta luego tía... nos vemos más tarde -. Eso me sorprendió pues nunca suele despedirse de mí.

A partir de ese día, Prisma llegaba siempre sola, o bien junto con Sofi y su amigo. Pero ya no llegaba con muchachos. Eso me llamó la atención. “Quizá simplemente evita traerlos y los ve en la escuela o en otro lugar a escondidas” me dije. Incluso Sofi le hizo notar ese cambio: - ¿por qué ya no traes amigos Pris?- le preguntó en una ocasión. Ella sólo respondió: -¿para qué... no tiene caso-.

Pasaron algunos días sin contratiempos. En una ocasión, por mis quehaceres, tuve que ir al gimnasio más tarde de lo normal. Siempre voy en la mañana, pero por razones de tiempo, fui por la tarde, luego de comer. Ésta vez fui con un pantalón negro que se transparentaba bastante, y dejaba ver notablemente mi tanga bajo la prenda. Además mi camiseta estaba muy escotada y con el abdomen descubierto. Tras ejercitarme, regreso a casa. Sólo está Prisma en la sala. Al parecer los chicos fueron a la biblioteca y Javier no sé a dónde fue. La niña está con sus audífonos, mirando algo en su celular, y con la televisión encendida. Dejé pasar por alto ese detalle y me dispuse a acomodar algunas cosas de la sala. Tenía que agacharme mucho y no me había quitado la ropa del gimnasio. En eso, siento una mirada. Volteo y noto que Prisma me está observando el trasero. Al observar que ya la había descubierto, Prisma vuelve a dirigir rápidamente su mirada al celular, con su rostro enrojecido como nunca. Ese detalle capturó mi atención. Nuevamente me pongo a acomodar todo. Quizá inconscientemente, permanecía agachada más tiempo del necesario, o me agachaba frente a ella, tanto de espaldas como de frente. Dirigía rápidas miradas hace la niña o bien la miraba por el reflejo del espejo, y era evidente que ella me observaba tanto el trasero como mis pechos cuando me agachaba, además de que todo ese tiempo estuvo muy sonrojada. Finalmente termino de acomodar las cosas y me dispongo a subir a cambiarme. Antes de salir de la sala, volteo con Prisma, quien me miraba mientras caminaba. Ésta vez, no desvió la mirada, sólo me sonrió tímidamente. Siento mi cara sonrojarse, y le devuelvo la sonrisa. Subo a mi cuarto para asearme. Mientras me quitaba la ropa interior para bañarme y cambiarme, noto que, de nuevo, estoy sumamente mojada. No estaba cerca mi periodo, así que ese pretexto ya no existía. Tratando de no dar importancia a ese detalle, me meto a bañar. Pero ésta vez, decido hacerlo con agua fría.

Los días transcurrieron como usualmente. Prisma ya no llegaba con muchachos, y todo parecía en calma, hasta esa tarde. Sofi estaba con su ahora novio, y Adrián estaba en su práctica de fútbol. Javier está al teléfono. -Qué tal Perla... sí estamos todos bien ¿y ustedes?- Estaba hablando con su hermana. Al parecer mi esposo no se había percatado de que yo escuchaba su conversación. - Sí, se ha portado bien, no te apures... ajá... ajá... no, nada de eso... no la he visto hacer eso...- ¿Qué era “eso”? Me acerqué un poco para escuchar mejor. - no, aquí no he visto quien venda esas cosas... no tampoco en la escuela... si... si... no... no, no la he visto fumar un cigarrillo, mucho menos un churro de marihuana... si ya sé que la tengo que vigilar... el hecho de que la haya fumado antes no significa que lo haga en casa, no me ha llegado olor de marihuana ni tampoco ella huele así... ajá... sale... hasta luego, saludos a tu esposo... ¡bye!-. Estaba enfurecida y sorprendida. Así que la razón por la que la mandaron fue porque la vieron fumar marihuana. Me dirijo a mi esposo quien acababa de colgar. -Entonces era eso ¿no?- le pregunto, sumamente enojada. Mi esposo se sorprende al verme y al escucharme. Se ve pálido del miedo. Estába molesta como nunca en mi vida, tanto que no escuché la puerta de la casa abrirse. -¿Entonces, tu hermana descubre a su pequeña princesita drogándose y en lugar de hacerse responsable, simplemente se deshace de ella?- le reclamé. Empezamos así a discutir. Le dije que no me parecía justo que nosotros tuviéramos que cuidar de Prisma mientras sus irresponsables padres se daban la gran vida, que no era lo correcto que ellos se deshicieran de ella para no batallar ni asumir por una vez en su maldita vida la responsabilidad que les corresponde. Mi esposo me decía que era familia y por eso no podía negarse. En fin. Mi esposo, enojado, sale de la casa. Ahí, junto a la puerta, estaba Prisma, quien había visto toda nuestra discusión. Me sorprendí al verla. Me sentí incomoda luego de las cosas que dije. Prisma me miraba con sus ojos sumamente abiertos, en los cuales me pareció ver algunas lágrimas. Sin saber qué decir, simplemente le saludo, y me retiro a la sala. Sentada allí, tratando de recobrar la calma, veo que Prisma sube lentamente a su habitación. A mitad de las escaleras, se detiene y voltea a mirarme. Yo la miro, y agacho la mirada. Me sentía enojada, triste, decepcionada. No sólo de mi esposo, sino de su hermana, y de la misma Prisma. Podía esperarse cualquier cosa de esa niña, pero no por eso resultaba menos doloroso el confirmarlo. Prisma no bajó en el resto del día.

Mi esposo llegó por la noche, alcoholizado para variar. Sube al cuarto y de inmediato se queda dormido. Nuevamente yo no podía dormir. Bajo a la cocina, me preparo el té. Y allí, me echo a llorar sobre la mesa. Pasaron unos minutos, cuando oigo esos familiares pasos. Mi corazón brincó de gusto, pero aún seguía molesta. Ella se sienta en la mesa sin decir palabra. En eso levanto la mirada para verla. Al parecer acababa de bañarse, pues su cabello aún estaba húmedo. Pero lo que capturó mi atención fue el hecho de que estaba sin maquillaje. La niña era atractiva, pero sin maquillaje se veía realmente hermosa. Sus grandes ojos azules, sus carnosos labios, su piel perfecta, sus facciones de niña que empieza a convertirse en señorita. Estaba fascinada por su belleza, tanto que me sonrojé. Me pongo de pie, le sirvo leche, y me siento nuevamente con ella. - Escuchaste todo ¿cierto?- le pregunté. La niña asiente y me dice: - sí...- tras un respiro, pregunta: - ¿estás decepcionada?- ¿Estaba decepcionada? sí, ¿sorprendida? no. Pero no podía decirle eso, así que sólo le pregunto: -¿por qué lo hiciste Prisma?-. La niña queda en silencio, con la mirada baja. Así mismo, yo también. Allí me quedo contemplando la tasa de té, la cual aún está completa. En eso escucho sollozar a Prisma. Sorprendida, subo la mirada. La niña estaba llorando. No sabía qué hacer. Es cuando Prisma se incorpora, se limpia las lágrimas y dice, enojada: - ¡lo hice por llamar la atención, todo lo que hago es por eso! ¡no soporto la indiferencia de mis padres!, ellos jamás hablan conmigo, jamás me preguntan cómo estoy, ¿acaso piensan que con darme todo pueden comprar mi amor?... ¡pues no!, sólo quiero que me escuchen, que me orienten, que me ayuden. Pero en lugar de eso, simplemente se deshacen de mí... ¿qué clase de padres son ellos?-. Mi primer instinto fue ir a abrazarla, y lo hice. Tomé su cuerpecito entre mis brazos y la apreté contra mi pecho. La niña abrió los ojos sorprendida, pero también me abrazó.

Hay veces en que uno simplemente sabe cuando una mirada es más larga o más intensa de lo que debería ser. Igual pasa con los apretones de mano, y con los abrazos. Uno siente cuando un abrazo “dura de más”. Éste fue uno de esos abrazos. Ya había durado “de más”. Y ella no parecía dispuesta a soltarme a pesar de ya no estar llorando. Simplemente colocaba su cara entre mis pechos. Yo tampoco tenía intención de soltarla, y la apretaba más contra mí. Finalmente, tras un largo rato, decido dejarla ir pues no quería incomodarla demasiado. Éste era nuestro primer contacto, y no quería hacerla sentir mal. Ella me suelta lentamente, sonrojada. Nos sentamos de nuevo, y le digo: - no tienes por qué llamar la atención de ésta forma. Si necesitas algo, simplemente pídelo-. Tomo aire y prosigo: -eres muy linda y parece que en realidad eres buena persona. No necesitas drogas, o piercings, o pintarte el cabello, o usar prendas cortas, o usar todo ese maquillaje para llamar la atención de la gente que realmente vale la pena...-. En eso, mi mano parece actuar por voluntad propia y se acerca a su mejilla. Prisma se ve muy sonrojada: - además, te ves mucho más hermosa así, sin pintarte, ¿sabes?-. La niña me mira. Su cara se puso aún más roja si eso era posible. Yo también me sentía acalorada. Prisma simplemente sonríe, se aleja corriendo hacia la escalera, voltea conmigo y con una gran sonrisa en los labios, me da las buenas noches. Sube a su cuarto dejándome sola en la cocina. Recojo los vasos, y también me retiro a descansar.

Por la mañana seguía pensando en los eventos de anoche. Preparé el desayuno, despedí de mala gana a mi esposo, y a Adrián. En eso baja de prisa Sofi, toma su licuado y grita: -¡Muévete Pris, el autobús ya casi llega!- En eso baja Prisma, casi cubriéndose el rostro, toma el licuado de prisa, y sale casi corriendo, con la cara cubierta por sus manos. Eso me pareció extraño, hasta que oigo a Sofi preguntarle: -¿oye y qué te pasó, no te pintaste?- a lo que Prisma reponde mientras sale de la casa: -¡Nada, nada!, ya vámonos ¿ok?-.

Medité un momento lo acontecido, pero después me dediqué a mi rutina de siempre. Cuando los niños llegan a casa, noto que primero entró Sofi y mucho después, Prisma. Sofi no parecía enojada, así que supuse que no se trataba de una pelea. Sofi sube a cambiarse corriendo. Finalmente entra Prisma, camina hacia la sala y se coloca frente a mí. Ésto me desconcertó un poco. La veo allí, parada enfrente, sonrojada, sin decir nada, mirándome, como esperando a que le dijera algo. Finalmente lo noté: estaba sin maquillaje. Sonrío, y finalmente le dijo: -buenas tardes Prisma. ¡cielos, sí que te ves hermosa sin maquillaje!-. Ella sonríe y sin decir más, se retira, satisfecha, a cambiarse. Mientras lo hace, la observo, caminando coquetamente, contoneando sus caderas y deleitándome con sus largas piernas. Sacudo mi cabeza como tratando de volver a la realidad, y sigo con lo mío.

El resto del día me quedé pensando en eso. Prisma no se había maquillado, ¿pero había sido por lo que platicamos anoche? ¿por qué se colocó frente a mí esperando a que la elogiara? Mi cabeza daba vueltas con esos pensamientos. En muchos aspectos, Prisma seguía siendo la misma. Seguía usando muy corta su falda del uniforme, la ropa que usaba era muy reveladora, seguía usando sus piercings, y seguía usando ese perfume... pero ya no usaba maquillaje ni llegaba siempre rodeada de muchachos.

Además noté algo más. Algo que quizá ya pasaba desde antes, pero me hice más consciente de ello luego de aquella vez que llegué con mi ropa del gimnasio. Prisma me miraba mucho. Cuando estaba cocinando, en la sala, o cuando la familia completa íbamos de compras, ella me miraba. Una mirada diferente. No una mirada de admiración, ni de hija a madre. Era una mirada penetrante, una mirada que me llegaba a fondo. Aparte de ésto, cuando la descubría mirándome, ella dejaba de hacerlo y se sonrojaba intensamente. Sentía que sus miradas se centraban en mi rostro. A veces cuando nos sentábamos a comer y ella quedaba frente a mí, la descubría mirándome el rostro fijamente, con su cara recargada en una de sus manos, embelesada. No era hasta que yo la miraba y le sonreía que continuaba comiendo, sonrojada, nerviosamente.

Pero no todas sus miradas se centraban en mi rostro. Era muy común que me mirara los pechos o el trasero. Una vez la descubrí mordiéndose el labio mientras lo hacía. Nunca comenté nada de eso, primero, porque no quería incomodarla, segundo, porque lejos de molestarme, esas miradas me brindaban una extraña sensación de felicidad. De hecho, creo que incoscientemente me dejaba ver más y más por ella. Usaba escotes y me agachaba frente a ella, o pantalones ajustados y lo mismo. O bien, a veces usaba faldas cortas y cuando ella me veía, me agachaba al límite justo antes de dejar ver mi ropa interior, mientras la veía de reojo tratando de agacharse para poder mirar mejor sin que yo me diera cuenta.

¿Por qué hacía eso? No sé, pero me gustaba recibir esa atención por parte de ella. Pero este juego era de dos. Y ella cumplía su parte. Ropa corta, escotes, agachadas... yo la veía disimuladamente mientras hacía todo eso. Y ella me cachó en más de una ocasión cuando lo hacía, dejando salir sólo una risita. “Sólo estoy admirando su juventud”, me decía a mi misma. “Sólo estoy admirándola, no deseándola” me decía una y otra vez. Es de esas veces que uno se dice tanto las cosas, que se empieza a dudar de ellas.

En una ocasión, se puso un entallado par de jeans, a la cadera, y uno de sus tops. Salimos ella, Sofi y yo a un centro comercial. Prisma usualmente recibe muchas miradas masculinas, y esa ocasión no era la excepción. Pasamos frente a una zapatería, y las niñas se pusieron a observar los pares en el aparador. En eso, Prisma se pone en cuclillas, mirando unas sandalias muy lindas. Cuando lo hace, noté algo: su pantalón se bajó dejando ver su pliegue entre las nalgas, y la tanga se mostraba descaradamente. Pero no era cualquier tanga, no. Era aquella de maripositas que vi en su bolsa de compras aquella vez. Me quedé boquiabierta contemplando el espectáculo de su sensual prenda. En eso, yo creo que Prisma me vió por el reflejo del vidrio, pues volteó conmigo y me pregunta pícaramente: -¿Qué pasa tía?, ¿le gusta lo que ve?-. Me quedé paralizada al ser descubierta. Tratando de salir por la tangente, me acerco al aparador y respondo: -Sí, me gustó mucho lo que ví, realmente me gustó mucho ver eso...-. Prisma sonríe mientras se muerde el labio. Sofí voltea a vernos, extrañada. Por ello, completo la frase: - Me gustó mucho ver esos zapatos que están viendo-.

No sabía que rayos me pasaba. Quizá lo sabía, pero en ese momento estaba en completa negación. Al llegar ese día a casa, fui al baño y encontré que de nueva cuenta estaba sumamente mojada. No sólo un poco: estaba literalmente escurriendo. No sabía qué hacer. No sabía a quién pedir consejo. Tenía que arreglar esto yo misma.

Esa noche ocurrieron más cosas de las previstas. Tras bañarme, salí a depositar la ropa sucia en la lavandería. Allí ví algunas de las prendas de Prisma, incluyendo la tanga. La miré un momento, pero decidí irme antes de tener otro “accidente”. Mientras me iba, observé una figura que se metía al cuarto de lavado. Era Adrián. Eso llamó mi atención. Veo que toma algo y sale casi corriendo hacia su cuarto. Me asomo a la lavandería y veo que tomó la susodicha tanga. Eso me desconcertó, pero sobre todo, me enfureció por algún motivo. Voy corriendo a su cuarto y sin tocar, entro. Allí lo veo, sentado en su cama, contemplando la prenda mientras la sostenía con ambas manos con los brazos estirados. Al llegar, se pone blanco como fantasma. Sin decir nada, entro, le arrebato la prenda y en un arranque de furia, lo abofeteo.

¿Qué fue lo que me molestó tanto al grado de llegar a abofetear a mi hijo? ¿El hecho de que fuera un pervertido? No, en realidad no hizo nada que ningún muchacho de su edad no hubiera hecho o pensado hacer alguna vez. ¿El hecho de que la prenda fuera de Ella? Quizá. Tras un momento, al verlo casi llorando, me siento junto a él, y más tranquila, le digo que entiendo lo que él siente a su edad, pero tiene que respetar las cosas de los demás, y respetar a todas las mujeres, sobre todo a su prima, y que si así lo hace, ésta difícil etapa será más fácil de llevar. Él se disculpó sinceramente. Dijo que no sabía por qué lo hizo, que se le hizo fácil, pero que no se repetiría. Tras contentarnos, y prometerle que esto quedaría entre él y yo, se acuesta a dormir y yo me retiro a hacer lo mismo.

En ese momento, debí bajar al cuarto de lavado y dejar la prenda nuevamente. Pero no lo hice. Me fui a acostar. Javier ya estaba profundamente dormido. Me acosté en mi lado de la cama. Aún tengo la tanga en la mano. Decido ir al baño, lentamente. Allí, observo la prenda. Es la misma prenda que estaba usando Prisma durante todo el día. Esta prenda estuvo en contacto con ella. Con su piel, con sus partes íntimas, con su sudor, con su aroma. Cierro mis ojos incrédula ante lo que estoy a punto de hacer. Me siento en la taza, y poco a poco acerco la prenda a mi rostro. El aroma que me llegó era embriagador. Huelo la entrepierna, donde sus genitales estuvieron en contacto con la tela, además de que huelo el delgado hilo que intentaba cubrir su delicado orificio trasero. Tras un momento, finalmente sumo mi cara por completo en la prenda. Inhalo profundamente intentado llenar cada parte de mí con ese fascinante perfume. Siento que estoy enloqueciendo. Me siento sumamente mojada de allá abajo, por lo que meto mi mano para revisarme. En eso, al sentir mi cálida humedad, mis dedos, como hechizados, comienzan a acariciar mi clítoris, estimulándome más y más. Debió haber sido una vista un tanto patética. Yo allí, una cuarentona, sentada en la taza del baño, con mi cara sumida en la tanga de una niña de trece años, inhalando su dulce aroma, mientras me masturbo con mi mano libre. Me sentía más y más mojada, y más y más sensible, y tras un momento, siento que algo llega... Ése fue el primer orgasmo que había sentido en mi vida. Fue la sensación más maravillosa de todas. Tuve que apagar mis gritos sumiendo aún más mi cara en la prenda. Comenzé a chupar la prenda, a lamerla, mientras mi orgasmo recorría todo mi cuerpo y mi mano rebozaba de mis fluidos. Tras unos minutos, recuperando el aire, me quedo pensando en lo que acababa de hacer. Por un lado me sentía satisfecha y feliz. Por otro lado me sentía avergonzada. Pero también me sentía inquieta, indecisa, confundida. Nunca me había sentido así, tan excitada. Nunca nadie ma había excitado. Y cuando me sentí así por primera vez en mi vida, cuando decidí masturbarme y sentir mi primer orgasmo, fue mientras pensaba en una mujer veintisiete años más joven que yo. Una mujer de la misma edad de mi hija. Una mujer que siempre me esforzé por odiar. ¿Una mujer... o una niña? Exhausta, guardé la prenda en la bolsa de mi pijama y regresé a dormir, aún confundida. ¿Qué significaba ésto? ¿Acaso resultaba que soy homosexual? Pensando en éstas cosas, finalmente caigo dormida.

Al día siguiente, un domingo, la familia se levanta siempre tarde. Mi esposo sale temprano pues tenía que preparar una junta para el lunes o algo así. No sé si sería cierto o no, y francamente no me importaba. Adrián salió con sus amigos al parque, y me quedé con las niñas. No podía ver o platicar con Prisma sin ponerme nerviosa o pensar en lo que hice anoche. Prisma lo notaba, y me preguntaba constantemente si todo estaba bien. En eso, Prisma le dice a Sofi que va a lavar su ropa. Al escuchar eso, caigo en pánico: yo aún tenía la prenda. De prisa corro a mi cuarto, tomo la tanga, la guardo y voy corriendo al cuarto de lavado antes de que llegue Prisma. Agitada, finalmente llego. Pero era demasiado tarde, ella ya estaba allí. Parecía estar buscando algo. Yo sabía qué era, pero no dije nada. En eso, Prisma me pregunta: - Tía, no vió una pantaleta negra con maripositas aquí... la que tenía puesta ayer, ¿si se acuerda?- Ese último comentario me sonrojó bastante, y tuve que ceder: - bueno... pues... yo la tengo...- le digo mientras le entrego la prenda. Allí estaba yo, con la mano extendida sosteniendo esa pequeña y delicada tanga. - Larga historia...- le comento en un lamentable intento de explicar cómo es que yo terminé con su prenda. Ella me mira con sus grandes ojos, y sonríe. Se acerca a mí y extiende sus manos, y toma la mía. Así quedamos un momento. Ella cubría mi mano por completo, lo cual no era realmente necesario, pero se sentía bien. Le entrego la prenda, ella la toma con suavidad y sonríe nuevamente. Tras un momento como de trance, decido salir de allí, avergonzada como nunca.

El resto de la tarde lo pasé sin poder mirar a Prisma a los ojos. Me sentía demasiado avergonzada. ¿Qué pensaría ella de mí? ¿Acaso creía que soy una de esas pervertidas que se roban las pantaletas de otras para luego olerlas en el baño mientras se masturban? Bueno, si pensara ésto último no estaría tan lejos de la realidad. Excepto que yo no las tomé, sólo quedaron en mis manos por diversas circunstancias... pero... tampoco las devolví de inmediato como debí hacerlo... El pensar esas cosas sólo incrementaron mi sentimiento de culpa.

Llegó la noche, y con ella, la hora de dormir. Me senté en la cama, junto a mi esposo. Él yacía dormido. Lo miro unos instantes. Decido bajar a la cocina. Al llegar allí, me encuentro con Prisma. Me quedo petrificada. No sé qué hacer. Ella está sentada a la mesa, sonriendo, con un vaso de leche y una taza de té. Me acerco y tomo asiento mientras le agradezco por el té. Aún tengo la mirada baja, no puedo verla a los ojos todavía. En ello, Prisma me pregunta si está bueno el té. Le respondo que sí, tras lo cual me hace la pregunta que tanto temía escuchar: -tía alondra... ¿Por qué tomaste mis pantaletas?-. En ese momento noté que la niña me estaba hablando de tú en lugar de usted como solía hacerlo antes. No encontré respuesta rápida a su inquietud, y tras titubear un momento, contesto: - es que... bueno... ¡ah!, es que...- Mi nerviosismo era más que evidente. No podía revelar la verdad de que fue Adrían quien las tomó. - Es que... las hallé tiradas junto a la puerta del cuarto de lavado, y las recogí, pero se me olvidó devolverlas ¿tú crees?-. La mentira era más que obvia. Es decir, Prisma recordaba perfectamente que estaban encima de la mesita del cuarto. Por eso las andaba buscando allí. -¿En serio?- me pregunta con mirada incrédula. -Por supuesto... claro- respondo titubeando. Tras ello, Prisma termina su vaso de leche, y se pone de pie, dirigiéndose a la escalera. Pero se detiene, voltea a mirarme por encima de su hombro, con una sonrisa pícara. Veo que tiene algo en su mano, y me lo muestra. Es una pantaleta. Comienza a girarla en su dedo índice. Presto más atención y noto que es una de mis panties, usadas, que estaba en el cuarto de lavado. Ella se voltea y se retira, llevando consigo mi prenda, mientras me da las buenas noches. Yo me quedo allí, pasmada, con los ojos sumamente abiertos, boquiabierta, sonrojada... excitada.

¿Para qué querría Prisma una de mis panties? No lo sé, y quizá nunca se lo llegaré a preguntar por miedo a que yo tenga que contestarle primero con la verdad. Me quedé pensando en ella. ¿Qué estaría haciendo con mi prenda? ¿Sólo la tomó para estar a mano? ¿La tomó para hacer lo que yo hice con la suya? ¿O sólo estaba jugando conmigo? Me parecía ridículo que una niña me pusiera en éste estado. Al día siguiente, por la mañana, mi confusión sólo se incrementó. Mi esposo y Adrián salen al trabajo y a la escuela respectivamente. Luego sale Sofi, y al último, Prisma, quien se despide, sonriente. Noté un detalle en ella: no iba maquillada, pero iba usando un llamativo labial rojo. Eso capturó mi atención, y no supe el porqué de su decisión de pintarse sólo los labios. Pero mi respuesta se hallaba en el cuarto de lavado. Sobre la lavadora, estaban mis panties. Las tomo y por alguna razón, las reviso. Mi corazón palpitó al máximo y sentí que me mojaba cuando noto que por la parte de adentro, en la entrepierna, estaban pintados unos labios, del mismo color del labial que estaba usando Prisma.

A partir de ese día, mi relación con Prisma dio un inesperado giro de 180 grados. Conversábamos más, nos reíamos, bromeábamos, nos sonreíamos. Nunca le mencioné lo de las panties manchadas de labial, y ella tampoco volvió a mencionar el incidente de su tanga, pero era evidente que algo había cambiado. Era muy notorio que había algo entre nosotras. Yo misma lo notaba. Cuando estabamos juntas, conversando, se sentía electricidad en el aire. Sus miradas llegaban directo a mi corazón. Ella se sonrojaba al verme, o cuando la tocaba por algún motivo, como para ayudarla a bajar del auto. Incluso Sofi notaba algo diferente en Prisma. Un día llegó a casa, un tanto molesta. Cuando me siento a platicar con ella, me contesta: -Es Prisma mamá... ella ha cambiado mucho no sé por qué...-. Me sorprendo al oírla, pero sigo escuchando con atención. -Ya no es la misma. Ya no hace caso a los muchachos, ya no parece interesada en lo de antes, ya no me presume cosas, ya no me cuenta cosas, ahora se la pasa sola, distraída...-. La imagen de Prisma que tenía hasta el momento también había cambiado, sobre todo ahora que mi hija confirmaba que definitivamente había un cambio en ella. -En clases está distraída, suspira a cada rato, se la pasa dibujando corazoncitos en sus cuadernos... ¡parece que está enamorada!... ¡y lo peor es que ni siquiera me ha dicho de quién!... ¡creí que eramos amigas mamá!, ¿por qué no me ha dicho de quién se enamoró? Mi corazón se estremece con esas palabras. ¿Prisma, enamorada? En el fondo de mi ser, deseé que eso fuera verdad, deseaba que Prisma estuviera enamorada... de mí. -Hablaré con ella- le dije a Sofi para tranquilizarla. Ella se calma, me agradece y se retira a cambiarse pues iba a ir de paseo con unas amigas y su novio.

Estoy sola en casa, cuando oigo la puerta. Es Prisma, quien apenas viene de su práctica de deportes. Me emociono como quinceañera al verla llegar. La recibo saludándola con un beso en la mejilla, cosa que nunca había hecho. Me sorprendió la suavidad de su piel y el perfume que usaba me fascinó por completo. Ella se queda sumamente sonrojada, y sonriéndo con timidez. -Hoy estamos solas Prisma, ¿qué te parece si salimos a comer fuera?- La niña abre sus ojos en señal de sorpresa y emoción, y sonriendo asiente, y sube entusiasmada a arreglarse. No sabía que iba a pasar una vez que saliéramos, pero definitivamente quería estar a solas con ella.

Tras un buen rato, finalmente baja Prisma. Vestía una pequeña falda roja con negro, tableada, unas medias negras hasta los muslos, un top rojo, y un muy discreto maquillaje. No pude evitar sonrojarme al verla. Se veía realmente hermosa, con un bello contraste entre la forma en que viste y la inocencia de su carita infantil. Nos dirigimos al auto, y al pasar junto a mí mientras le abro la puerta, capto nuevamente ese perfume... ese perfume que tanto odié el día que la recibí en el aeropuerto, pero que ahora me fascinaba.

La velada transcurrió tranquila. Comimos, conversamos, nos reímos. Me encantaba ver la sonrisa de Prisma. Me fascinaba ver la forma en cómo me miraba, con unos ojos llenos de emoción, de dulzura. Me gustaba ver la forma en que se sonrojaba cuando la elogiaba. Íbamos de regreso a casa, ya casi de noche. Conversábamos sobre alguna canción que salió en el radio y que me gustaba mucho. Ella bromeaba diciendo que eran canciones de viejitos, y yo fingía molestia mientras pretendíamos pelear, alegremente. De pronto, se queda en silencio. No le doy gran importancia, hasta que en eso, siento algo en mi mano derecha. Es ella, quien con su manita intenta tomar tímidamente la mía. Mi corazón palpitaba como loco ante el simple roce de sus dedos. Sin apartar la vista del camino, tomo su mano, entrelazando dedos, estrechándola ligeramente. En un semáforo en rojo, volteamos a vernos y sonreímos simplemente. Duramos el resto del camino así, tomadas de la mano. Al llegar a casa, oigo que Prisma suspira y dice en voz baja: -ojalá el camino fuera más largo...- Yo volteo a verla, y ella mí, y agrega, sonriendo: -así podríamos durar más rato tomadas de la mano-. Diciendo ésto, baja alegremente del auto y entra a la casa casi saltando. Yo me quedé allí, pasmada, sorprendida, sin saber qué hacer.

Todo ésto era nuevo para mí. Nunca salí con alguien que me hiciera sentir mariposas en el estómago como dicen. No sabía qué hacer, cómo actuar, o qué esperar. Poco a poco iba entendiendo más mis sentimientos, y eso me aterraba. Poco a poco iba dándome cuenta de que estaba enamorándome. De alguien que nunca imaginé. De una persona de mi mismo sexo. De una persona mucho más joven que yo. Esa noche, lloré en la cama. Dudo que Javier se halla percatado de ello, y si lo hizo, no le importó. Lloré de frustración y coraje. Coraje conmigo misma y con la vida. ¿Cómo era posible que finalmente sintiera ésto, y era cuando ya estaba casada y con dos hijos? ¿Por qué no me dí cuenta ántes de mis verdaderas orientaciones y necesidades? ¿Qué iba a hacer con todo esto? ¿Seguir adelante con Prisma, o pretender que nada ha sucedido y seguir como siempre? ¿Acaso iba a continuar negando mis emociones y deseos como siempre? ¿Acaso iba a sacrificar a mi familia por un amor imposible?

Los días siguientes traté de enfriar mi relación con Prisma. Pero no podía. No podía evitar dejar de verla, de sonreírle, de tratar de tocarla con cada oportunidad que tenía. No podía dejar de estremecerme cuando veíamos televisón juntas y ella recargaba su cabeza en mi hombro. No podía dejar de emocionarme cada noche que bajaba a la cocina y me la encontraba, tomándose su leche y preparando mi té. No podía dejar de sonrojarme cada vez que ella me elogiaba. No podía ocultar mi alegría cuando recibía un mensaje o una llamada de ella. No podía dejar de pensar en ella. Simplemente no podía.

Un lunes como cualquier otro, me levanté para preparar la salida de los niños y de Javier. Últimamente me sentía bastante más motivada y animada. Mi hija me preguntaba en ocasiones el porqué de mi energía y alegría recientes. Yo no sabía que contestarle. Además, también Prisma se veía más alegre y motivada, lo cual también llamaba la atención de Sofi. Al parecer a Sofi no le gustaba el cambio en la actitud de Prisma. Para mí no fue un cambio como tal. Simplemente bajó la guardia y se mostraba tal cual era realmente. Me daba gusto pensar que yo podía haber favorecido esa transformación.

Ese lunes, como dije, parecía ser como cualquier otro. Fui al gimnasio, arreglé la casa, hice la comida. Parecía un lunes como cualquier otro. Llegaron los niños, hicieron la tarea, vi televisión junto a Prisma. Parecía un lunes como cualquier otro. Sofi sale con sus amigas, y Adrián con su nueva novia. Parecía un lunes como cualquier otro. Excepto por una cosa. Javier recibe una llamada. Es su hermana. Querían a Prisma de regreso. Cuando Javier me dijo eso, siento que me casi me desvanezco, pero por milagro pude sostenerme en pie. Sentí que mi garganta se cerraba, y que mis lágrimas estaban a punto de explotar. Traté de hacer algo para evitar eso: - Por lo menos deberían esperar a que termine el ciclo escolar- le dije. Él me dijo que conocieron a un terapeuta alternativo y que les dijo que podía sacar a Prisma de las drogas, y que por eso la querían de regreso. Ni siquiera era porque la extrañaran, o porque finalmente decidieron hacerse responsable de ella. No. Querían internarla por su supuesto problema de drogas. -Ella no es una drogadicta ¿sabes?- le dije. -Me parece absurdo que quieran tratarla por un problema que no tiene. Ella está contenta aquí, no creo que tantos cambios le hagan bien-. -¿Cómo lo sabes? No estás con ella todo el día, ¿qué tal si se droga en la escuela?- me dijo él. -No creo que sepas de qué hablas, ella no es como tú o sus padres creen- le repliqué. -¿Y tú sabes más de ella que sus propios padres? ¡No me digas!- me dijo, burlándose. -¡Sí, porque yo sí la escucho!- exclamé. -Pues yo no sé, pero ellos la quieren de vuelta- me dijo, intentando poner fin a la conversación. -¡No! Y que les quede claro de una vez: ¡no voy a dejar que se la lleven!-.

Seguimos discutiendo buen rato. La discusión pasó de ser sobre Prisma a ser sobre nuestra relación. Él me reclamo el que fuera tan poco accesible, poco comprensiva, que por eso ya no le gustaba estar conmigo. Me dijo que era frígida, que era hipócrita, que era mala esposa y mala madre. Yo sólo escuchaba. Pude haberle gritado miles de cosas: su indiferencia ante los niños, su cobardía, su ausencia de casa, el no asumir su rol de jefe de familia. Pero no lo hice. No lo hice porque no valía la pena. Tampoco le dije que no lo amaba, que nunca lo amé, y que sólo estaba con él por los niños. Sólo le dije: -entonces, ¿qué demonios estamos haciendo juntos?-. Él se quedó sorprendido. Cierra sus ojos y finalmente dice: -Tienes razón, ésto no tiene caso... ni siquiera por los niños... creo que tienes razón... lo mejor sería separarnos...-. Lo dijo hasta cierto punto aliviado. Creo que él esperaba que yo pronunciara esas palabras primero, quizá llevaba esperando éste momento desde hace largo tiempo, pero nunca se atrevió a ser él quien diera el primer paso. Tras decirme eso, se retira a su cuarto. Ya era su cuarto, y definitivamente yo no volvería a dormir allí.

Me sentí triste, a decir verdad. Es decir, pasé casi la mitad mi vida con él. Pero no tenía caso seguir con alguien a quien nunca se amó. Era la mejor decisión. De pronto, caigo en la cuenta de que los padres de Prisma la quieren de regreso. Yo no quería apartarla de mí. En ese momento me di cuenta de que mi vida como la conocía se encontraba cayéndose a pedazos. Estaba por perder a mi familia, y también a Prisma. Aún estaba en la sala. Pensaba en qué decir a los niños cuando llegaran. En eso estaba cuando veo una figura que sube corriendo la escalera. Era Prisma: había escuchado todo.

Los niños llegaron, y creí que no era el momento de decir nada. Ellos subieron a dormir como siempre lo hacían. Yo no sabía a dónde ir. Todos los cuartos estaban ocupados, así que tomo una cobija del clóset y voy a la sala. Javier ni siquiera tuvo la cortesía de dejarme a mí dormir en cama. Estaba acostada en el sillón, con los ojos más abiertos que nunca, sin una gota de sueño. En eso veo que alguien baja y se enciende la luz de la cocina. A sabiendas de quién era, me dirijo hacia allá. Allí esta ella, sentada, esperándome. Sonrío y me siento junto a ella. Ella recarga su cabeza en mi hombro y me toma de las manos.

-¿Lo amas?- Me preguntó. -No- respondí sin rodeos. -¿Alguna vez lo amaste?- me interroga de nuevo. -La verdad, no- respondo. El reloj de la sala ambientaba nuestra silenciosa velada. -No quiero regresar con mis padres- me dice. Volteo a verla. Está bañada en lágrimas. Soltándole las manos, le doy un abrazo. Ella entierra su cara en mi pecho y llora abiertamente. Yo también comienzo a llorar, mientras le acaricio el cabello y su delicada espalda. -No dejaré que te lleven Prisma, no lo voy a permitir- le dije tras varios minutos, una vez que nos tranquilizamos un poco. Ella sonríe, más animada. Nos sentamos de nuevo y reanudamos nuestra plática. - Tía Alondra... ¿alguna vez te has enamorado?- Me preguntó. Me río un poco ante esa pregunta. -No creo haberme enamorado antes en mi vida... pero...- le contesto mientras la tomo de la mano. Ella se sonroja. -¿Y tú te has enamorado?- le interrogo. Ella, tímidamente, asiente. Trago saliva sonoramente. -¿Y quién es esa persona tan afortunada de tener tu amor?- le pregunto mientras la tomo de su carita. Sonrojada como nunca, simplemente me contesta: -Tú-. Sonrío ante su honestidad. Ella, a sus trece años, tiene claro lo que a mí me llevó cuarenta años comprender. -¿En serio?- pregunté, mientras le acaricio el rostro. -Sí... desde el día que llegué me gustaste... y me gustas cada día más y más y...-.

El silencio reinaba mientras acerco mi rostro al de ella. El silencio reinaba cuando fundí mis labios con los de ella. El silencio reinaba mientras cerraba mis ojos disfrutando de la suavidad y calidez de sus labios. El silencio se rompió con sus gemidos de placer. El silencio se rompió con el chasquido de nuestros besos. El silencio se rompió con el sonido de nuestra saliva cambiando de boca. El silencio se rompió con el ruido de mis dientes chocando con el piercing de su lengua. Simplemente no pude evitarlo. Tenía que besarla y descargar toda esa pasión que sentía desde hace buen rato. Tras separar nuestros rostros, ella sonríe, y me abraza. Yo también la abrazo sintiéndome feliz, realizada, enamorada.

-¿Vas a dormir en el sillón?- me pregunta, aún abrazada a mí. -Supongo- le dije. -¿Y si duermes conmigo?- me pregunta. Trago saliva de nuevo. Titubeé, pero ya había dado el primer gran paso. Ya había aceptado mis sentimientos por ella. Así que, tomadas de la mano, nos dirigimos a su cuarto.

Al entrar a su habitación (cosa que nunca había hecho desde que se mudó con nosotros) noto que todo está muy ordenado y limpio. Me siento sumamente nerviosa. Siento mis manos y mis pies helados. Prisma se ve un poco torpe y nerviosa también. Nos sentamos en la cama, y nos vemos la una a la otra, sonriendo. La tomo de las manitas, y comienzo a acariciar su rostro. Ella se acerca a mí y comenzamos a besarnos nuevamente. Me encantaba saborear sus labios y su lengua. Aún me llegaban rastros de su perfume, lo cual me enloquecía más y más. Comenze a besarle el cuello, y me excitaba oír sus suaves gemidos de placer, cual gatito ronroneando. De pronto, mis manos se colocaron en la parte de abajo de su pijama y comenzaron a jalar hacia arriba. Prisma sube en automático sus brazos, con lo cual pude quitarle la prenda. La ví allí, con su sostén negro, con el pecho rubicundo, con ojos de pasión en su rostro. Ella se acerca a mí y comienza a desabrocharme mi blusa. Tras quitar todos los botones, la deslizo sobre mis brazos, quedando sólo con mi brasier. La niña observa mis ojos con cara de fascinación, al tiempo que se muerde el labio. -Me encantan tus pechos tía...- me dice con voz quebrada. -Entonces, disfruta de ellos...- le digo. Ella acerca sus manos y comienza a masajear con suavidad mis senos. La sensación de sus manos tocando mi piel era tal que me sentía más y más lubricada. Mientras ella sobaba mis senos, yo comenzé a besarle los labios mientras mis manos desabrochaban su sostén. Cuando lo hago, su prenda cae, pero ella, avergonzada, cubre con sus manitas sus ya desarrollados pechos.

-¿Pasa algo?- le pregunté. Ella baja la mirada y se sonroja. -Si quieres nos detenemos aquí. No pasa nada si no quieres hacerlo... de veras- le digo, un tanto desilusionada porque realmente estaba excitándome. -No... es que... estoy nerviosa tía... es que va a ser mi primera vez...-. En ese momento me dí cuenta de que todas las leyendas acerca de ella eran falsas. Ella no era drogadicta, ni era una puta. De hecho era virgen y estaba nerviosa por mostrar su desnudez por primera vez. Sonrío tiernamente, la beso en los labios y le digo: -también es mi primera vez Prisma-. Ella sube la mirada para verme con ojos sorprendidos. Realmente era mi primera vez. Las pocas veces que mi esposo tenía relaciones conmigo no contaban pues yo nunca lo sentí, y nunca lo deseé. Entonces la niña me dice extrañada -¿de veras?.. pero estás casada... y mi tío...- -shhhh....- la interrumpo mientras pongo mi dedo en su boca. -te digo que ésta es mi primera vez... y estoy tan nerviosa como tú cariño-. Tras escucharme, ella comienza a bajar poco a poco sus manos, dejando sus pechos al descubierto. -Dios, eres hermosa...- murmuré. Ella me alcanzó a escuchar y me dijo -gracias...-. Comienzo a acariciar suavemente su cuello, deslizando lentamente mis manos hacia sus pechos. Era una sensación extraña estar tocando los pechos de otra mujer, sobre todo porque era realmente excitante y placentero. Observé que sus rozados pezones comenzaban a ponerse erectos. Delicadamente, comienzo a sobarlos, a enrolarlos entre mis dedos, a pellizcarlos con suavidad. Ella se tapaba la boca con una mano, tratando de mitigar el sonido de sus jadeos y gemidos de placer. Tras un momento, comienzo a besar sus suaves pechos, a lamer sus pezones y a chuparlos. Ella acariciaba mi cabello, disfrutando de lo que le hacía. Es cuando ella me detiene, y me dice -ahora yo quiero ver los tuyos tía...-. Por alguna razón, el hecho de que todavía me llamara “tía” me excitaba aún más. Yo creo que era el aire de tabú que esa palabra encerraba.

Desato mi sostén y lo dejo caer, liberando a mis enormes pechos. Mis pezones están erectos al máximo. La niña queda boquiabierta al verme. Muerde sus labios y aprieta sus ojos mientras exclama -¡oh Dios mío tía... o Dios... oh Dios..!- tras lo cual, se arroja sobre mis pechos y con lujuria comienza a sobarlos, a acariciarlos, a lamerlos, a chuparlos... succionaba con pasión y fuerza mis pezones, mientras gemía excitada. No sabía que mis pechos fueran tan sensibles, y tan intensa estimulación por parte de Prisma me estaba llevando al límite. Sentía su lengua y su piercing sobre mis erectos y enormes pezones. Sentía su mano acariciando mi otro pecho. Mi respiración se agitaba más y más. Estaba cerca. -¡Síguele mija, síguele, síguele...!- exclamo, y tras ello, siento una gran descarga de humedad en mi vagina, y un orgasmo que no puedo contener, por lo que me hecho de espaldas sobre la cama, retorciéndome y jadeando del placer. -Eso fue increíble tía- me dice la niña, al tiempo que se acuesta a mi lado y comienza a besarme. Aún no me recuperaba por completo cuando siento que mi mano está ya en el resorte de su short y comienza a bajarlo. Ella hace lo mismo conmigo. Le quito la prenda, y luego su delicada pantaleta. Ella logra quitarme mi pantalón, y luego mis panties. Es el momento de la verdad. Realmente no tenía idea de qué hacer, y al parecer ella estaba esperando a que yo comenzara. Decidí que haría las cosas que a mí me hacían sentir bien. Al ser ella mujer igual que yo, supuse que le gustaría. Seguíamos besándonos, acostadas una al lado de la otra. Comienzo a acariciar sus caderas, a pasar mi mano por sus delicados y suaves glúteos, firmes, prominentes, deliciosos. Ella imita mis movimientos, y me acaricia mis nalgas, las soba delicadamente, pero luego las aprieta con pasión mientras, interrumpiendo nuestros besos, me dice: -tienes unas nalgas muy grandes y muy ricas tía...- y sigue besándome tras ello. Yo deslizo mi mano entre sus rodillas hacia su muslo, y luego... una pausa. Éste momento es el decisivo. Armada de valor (y lujuria) acerco mi mano hasta sus partes íntimas.

Ella deja escapar un sonoro gemido cuando mi mano tocó su vulva. Yo estaba sorprendida de descubrir que Prisma aún era lampiña de sus partes. No se sentía ningún vello. Su vulva era suave, delicada, conservando esa familiar forma infantil. Estaba muy mojada. Con mis dedos comienzo a separar sus labios y mi dedo medio comienza ansioso a buscar su clítoris. Finalmente lo hallo y comienzo a estimularlo. Ella aprieta su boca con la mía besándome más apasionadamente tras sentir mis caricias. Es cuando Prisma comienza a deslizar sus manos por mi abdomen hasta mis genitales. Yo solía usar el vello púbico bastante recortado, pues siempre estaba lista para usar un bikini. Ella acaricia mi vello con gentileza -Estás muy huméda tía...- me dice, tras lo cual empieza a acariciar mis labios mayores, luego los menores y finalmente, mi clítoris. Nunca había sentido tanto placer en mi vida. Las pequeñas manos de mi joven amante se sentían demasiado bien. Nos besábamos mientras nos masturbábamos mutuamente. En eso siento que otro orgasmo se aproxima, pero no quiero venirme antes que ella de nuevo. Así que comienzo a intensificar mi estimulación de su pequeño clítoris. Siento que mi mano se empapa de sus fluidos, al tiempo que aprieta mi mano fuertemente entre sus muslos, y se estremece, mientras grita de placer sobre una almohada. El ver cómo le llegaba el éxtasis fue suficiente para que yo dejara salir el mío. Respirando agitadas, nos besamos nuevamente. -Eso fue maravilloso tía...- me dijo. Yo sonrío. Pero aún no tenía suficiente de ella.

La recuesto, y comienzo a besarla en los labios, en el cuello, en los pechos... luego me dirijo a su abdomen, el cual cubro de besos y lamidas. Me excitaba ver su lindo piercing, cosa que antes me molestaba ver. Sigo besando su cuerpo, hasta besar sus muslos, sus ingles, y quedo frente a su vulva. Inhalo profundamente llenándome del perfume de sus genitales. Volteo a ver el rostro de Prisma. Ella me ve encantanda, sonriendo, mordiéndose el labio. Bajo mi mirada y contemplo el hemoso espectáculo que tengo ante mí. Su húmeda vulva, enrojecida por su reciente orgasmo, abriéndose ligeramente con cada respiración, esperando a ser besado. Así, comienzo a besar sus labios mayores, introduciendo mi lengua entre ellos, luego con mis dedos le separo los labios y comienzo a lamer y a chupar su erecto y rubicundo clítoris, el cual parecía un pequeño rubí. Su sabor era increíble, agridulce, delicioso. Me sentía como poseída mientras estimulaba con mi boca su infantil vulva. Prisma me sujetaba de la cabeza, mientras murmuraba frases donde me hacía saber lo bien que se sentía. En eso, siento que se estremece, aprieta mi cara entre sus muslos, y deja salir un chorro de jugo de sus partes, el cual bebí, gustosa. Prisma cae jadeando. Me acuesto junto a ella y la acaricio en el rostro. Ella abre sus ojos y sonríe diciendo: -me toca-.

Casi me vengo con tan sólo sentir el aliento de Prisma en mi vulva. La niña mira fijamente mis genitales. Sube su mirada para ver mi expectante y ansioso rostro. -De veras que eres hermosa tía... realmente me encantas...- me dice, y luego la veo enterrar su cara en mi vulva. Comienza a lamer mis labios, mi uretra, mi clítoris... fue allí cuando descubrí la verdadera función de los piercings linguales. El sentir su arete en mi clítoris me estimulaba intensamente. Bastaron un par de minutos para que dejara salir mi orgasmo, cubriendo de mi néctar el rostro de Prisma. Ella sonríe, encantada. Se coloca encima de mí. Yo la abrazo mientras acaricio su suave espalda. -Te amo tía...- me dice ella, y aparentemente cae dormida. Tras un momento, le digo: -yo también te amo Prisma, y no voy a permitir que nos separen... porque realmente te amo-. No sé si escucho lo que le dije, pero no importaba, porque finalmente pude expresar lo que realmente sentía por ella en mi corazón.

Con todo lo que hicimos, se nos olvidó poner el despertador. Por la mañana, escucho que alguien llama a la puerta del cuarto. Era Sofi: -¡Prisma! Córrele, te quedaste dormida o qué? ¡Ya va a llegar el autobús!-. Prisma aún yacía dormida, desnuda, encima de mí. -Sí, ya... ¡bajo en cinco minutos! Grita ella. Comienza a vestirse de prisa. Sabemos que en ese momento yo no puedo salir del cuarto, tendré que esperar a que todos se vayan. -Ni siquiera tuviste tiempo de bañarte mija- le digo mientras se cepilla los dientes el el baño. -No importa tía... de hecho es bueno, porque así voy a poder oler tu aroma duarante todo el día-. Eso hizo que me sonrojara. En eso veo que Prisma toma mi pantaleta. Me sonríe, y se la pone ella. -Me queda un poco grande, pero no importa. Así me imaginaré que estamos juntando nuestras partes...- me dice. Aún sorprendida por esa acción, veo que Prisma se me acerca, me da un beso de despedida en los labios y se marcha, apurada. Yo también tengo que vestirme y salir. Pero tengo que esperar a que se vayan las niñas. Escucho los gritos de Sofi a lo lejos: -no sé dónde se metió mi madre, ni siquiera hizo el licuado... tendremos que comprar algo en el camino-.

Comienzo a vestirme. Me pongo el sostén y mi blusa. Aún sigo pensando en lo de anoche. Fue realmente mágico. Fue una experiencia tan gratificante que di mil gracias a Dios por permitirme sentir tan plena y tan contenta. En ello, veo la pantaleta de Prisma. Recordando lo que hizo ella, me la pongo. Por alguna razón me pareció sentirlas aún calientitas y húmedas. Siento que mi vulva se lubricaba con el simple hecho de tener puesta su prenda. Así, termino de vestirme, tiendo la cama de mi dulce niña, y bajo a desayunar.

El resto del día me lo pasé pensando en ella. Fue realmente maravilloso lo de anoche, aún y cuando no teníamos experiencia y no sabíamos bien cómo hacen el amor dos mujeres. Eso me dió una idea. Tomé mi laptop y tecleo: videos porno. Nunca había buscado algo así, y me sorprendió ver la gran cantidad de resultados que aparecían. Hice click en uno de los primeros enlaces, algo de un hamster o algo así. Había una gran variedad de videos ordenados por categorías. Hice click en la categoría: lesbianas. Así, me puse a ver varios videos. Me sorprendió la gran cantidad de cosas que dos chicas pueden hacer juntas. Definitivamente quería hacer todo eso con mi Prisma.

Tras tomar nota de todo lo que quería hacer con ella, me dirijo al gimnasio. Allí, varias de mis amigas me decían que me veía rara, diferente... una de ellas usó la palabra “radiante”. ¿Acaso era tan evidente mi alegría por lo que sucedió ayer con Prisma? Tras el gimnasio, voy a tomar un café con Karla. Tras un momento de charla, ella se me queda viendo, como analizándome. -Tú traes algo... te vez rara, como muy de buenas...- me dijo. Tratando de ocultar mi rubicundez del rostro, le digo que todo está normal conmigo. -No, no... tú tienes algo...- insistió, y tras un momento, recargándose en la silla, como sorprendida, exclama: -Oh... por... Dios... ¡Tuviste sexo!-. Casi me atraganto con el croissant que estaba comiendo cuando la escucho decir eso. ¿Cómo rayos lo supo? ¿Acaso tenía algún chupetón, o tenía escrito en la frente algo como “anoche tuve sexo apasionado con mi amante, quien por cierto es una niña de trece años”? -¿Cómo, cuándo... con quién?- me interroga. Yo le decía que sólo eran ideas suyas, y que no había tenido sexo ni con mi esposo ni con nadie. Ella sabía bien de mis problemas maritales y más de una vez me sugirió separarme de Javier. -Lo que pasa es que finalmente me voy a separar de Javier- le dije. Ella se sorprendió, y se alegró a la vez que se preocupó. Platicamos sobre ello el resto de la mañana. Sobre la separación, los niños, los abogados, cosas que en las que realmente no quería pensar en ese momento, pero era algo que tendría que afrontar tarde o temprano.

Los niños llegan a casa. Sofi se ve un tanto seria, y Prisma, radiante, sonriente, alegre. Cuando nadie nos veía, llegó a saludarme plantándome un gran beso en los labios: -Hola tía... te extrañe mucho- me dijo y agregó susurrando: - todo el día pensé en tí porque aún podía olerte en mi cuerpo...-. Conmovida por su dulce comentario, le dije: -yo también te extrañe cariño, estaba realmente ansiosa por verte de nuevo-.

En la cena, sentí que Sofi miraba a Prisma con una actitud un tanto de sospecha o intriga. Más tarde, decido platicar con ella. -¿Pasa algo Sofi? Te veo muy seria- le pregunté. -Es Prisma mamá...- me dijo, exhalando aire. Está muy contenta y alegre... y me dijo que estaba enamorada de alguien-. Abrí los ojos con sorpresa. -¿Ah sí?, ¿y te dijo de quien? Pregunté, fingiendo ignorancia. -No, ella ya no me dice cosas como antes. Ha cambiado sabes?- me dice. -Sí, he notado cambios en ella, pero me parece que son positivos ¿no te parece?-. Sofi sólo encoge los hombros, y se retira a descansar. Yo me quedo allí, imaginándome a Prisma en la escuela, toda distraída y enamorada, al igual que yo.

Por la noche, nuevamente, tomé una cobija y me dirigí a la sala supuestamente a acostarme, pero en realidad estaba esperando a Prisma, pues habíamos quedado dormir juntas nuevamente. En eso oigo que baja ella y se sienta junto a mí, algo triste. Recarga su cabeza en mi hombro, seria y con la mirada baja. -¿Qué ocurre preciosa?- le pregunto mientras la abrazo. -¿Hoy no vas a querer dormir conmigo verdad?- Me sorprendí con la pregunta. -¿Por qué dices eso?- la cuestiono. -Es que... apenas hace un ratito... me acaba de bajar...- me dice casi llorando. Me enternecí al escucharla, y la abrazo mientras la consuelo diciéndole: -¡Oh cariño!... no te apures. Aunque no podamos repetir lo de anoche, será maravilloso despertar junto a tí, mi hermosa princesa que tanto amo y adoro-. Ella voltea a verme, sonríe y me besa. El beso comenzó siendo algo sencillo pero fue haciéndose más y más apasionado. Prisma se retira de pronto, jadeando, sonrojada: -¡No!.. mejor hay que esperarnos hasta que se me quite, ¡al cabo sólo me dura dos o tres días máximo!-. Sonrío, la tomo de la mano y vamos a su cuarto a dormir.

Era hermoso tener a tan bella persona acurrucada en mi pecho, abrazándome, sonriendo mientras duerme. Yo no podía dormir. Estaba contemplando perdidamente su rostro. Seguía sin creerme por completo todo esto. Era tan surreal. Esa dulce niña a quien inicialmente detestaba, yacía en mis brazos, dormida plácidamente. Estaba un poco decepcionada, pues esperaba repetir lo de anoche, pero no importaba. Tendría paciencia, ya habría más tiempo de disfrutar de su joven cuerpo y de sentir y de hacerla sentir placer al máximo. Además, la de hoy era una experiencia diferente pero igualmente satisfactoria. No había lujuria en este momento. No había pasión. Pero había electricidad y química en el aire. Había ternura. Me sentía sumamente feliz de estar acostada con ella en mis brazos. Feliz por tener al ser amado a mi lado. Lo que había en ese momento era simplemente amor.

Ésta vez sí pusimos el despertador. Prisma se levanta, me da un beso de buenos días, y se prepara para la escuela. Ella bajó primero y tras vestirme, yo bajé, para preparar los licuados de todos. Al salir, me encuentro con Sofi, quien sorprendida me ve salir de la habitación de Prisma, tras lo cual me pregunta subiendo una ceja en señal de sorpresa: -¿Má?... ¿qué haces en el cuarto de Prisma?-. Me paralizé de miedo, pero tenía que mantener una actitud casual. Aún me veía amodorrada, descalza, bostezando, estirándome. Nunca imaginé encontrarme con Sofi en el pasillo. Le contesté con sinceridad: -Dormí aquí-. -¿Dormiste aquí?, ¿dormiste con Prisma?- me pregunta de nuevo y agrega: -¿te peleaste con papá otra vez?-. -Algo así hija- le digo. -Pudiste ir a mi cuarto mamá... ¿por qué fuiste precisamente con Prisma?- me interroga nuevamente. -¿Y ella no dijo nada? ¿te recibió como si nada en su cuarto? Es decir, parece que se llevan mejor, pero ¿tanto para dormir juntas?-.

Había algo en el tono de su voz. Molestia, quizá. Por como me preguntaba las cosas, tal parecería que sospechaba algo de nosotras. Tenía que apagar el fuego pronto, si bien eso significara encender otro.

-Hija... la razón por la que no fui a tu cuarto fue porque no quise que te enteraras aún. Estaba preparando el momento para decírselos... pero como ya salió esto, te voy a decir a tí primero...-. Ella me mira con las cejas levantadas, en actitud retadora. Finalmente le digo: -tu padre y yo vamos a separarnos-.

Prisma fue la única en irse a la escuela. Mis hijos, Javier y yo nos quedamos en casa, conversando sobre la separación. Mis hijos se veían algo tristes pero no realmente sorprendidos. Estaban acostumbrados a tener unos padres que eran muy fríos el uno hacia el otro, unos padres que nunca pasaban tiempo a solas, unos padres que nunca conversaban, unos padres que nunca se besaban, unos padres que nunca se abrazaban, que nunca convivían, que nunca disfrutaban. Adrían se veía tranquilo. -Da igual, en un año iré a la universidad y viviré por mi cuenta. Hagan lo que deseen, lo que importa es que ambos estén contentos y ya no nos hagan vivir una mentira- dijo él. Sofi se veía tranquila, demasiado tranquila. “Cuidate de las aguas mansas” me decía mi madre cuando era niña. Mi hija simplemente dice: -Está bien, pero decidan con quién iré a vivir yo-.

Adrían y Javier se van a platicar “de hombre a hombre” y nos dejan a mí y a Sofi. Mi hija se ve sumamente molesta. Imaginé que lo de la separación le afectó, por lo que le pregunto si está bien. Ella voltea conmigo, enfurecida, y me grita: -¿Tienes un amante verdad mamá? ¡Por eso se van a separar!-. -¿Un amante? ¿Qué tontería dices?- le digo, sorprendida y asustada con su reacción. -No lo niegues má. Por eso últimamente andas tan contenta, tan feliz, tan sonriente. Por eso te emocionas cuando suena tu teléfono con algún mensajito, ¡por eso te arreglas más! ¡seguramente te acuestas con tu amante como una golfa cualquiera!-.

Un bofetón de mi parte puso fin a sus gritos. Ya había abofeteado a Adrían, y ahora a Sofi. Ella se ve desconcertada. Creo que nunca esperó una reacción así de mí. -Nunca tuve ningún amante, y si lo tuviera ahora no es cuestión tuya- le dije. -Yo tengo derecho a realizar mi vida y a ser feliz con la persona de la que me llegara a enamorar. Cometí grandes errores en mi vida, sobre todo el no ser honesta conmigo misma acerca de mis necesidades y deseos. Sí, fue un error casarme con tu padre, pero no me arrepiento, porque tuve dos hermosos hijos y he aprendido mucho en este tiempo, y finalmente tuve el coraje para atreverme a ser feliz yo y no pasarme la vida dando una falsa apariencia de mi vida-. Sofi me miraba, ya sin ira en sus ojos, sino tristeza. Yo estaba llorando por la emoción del momento, y continué: - ¿acaso crees que es lindo dormir cada noche con un completo desconocido? ¿alguien con quien ni platicas, alguien a quien no amas, sólo por pretender que tienes una feliz familia? Prefiero que sepan la verdad y no que vivan en una farsa y que luego me reclamen por ello. ¿Acaso crees que es bonito ser humillada repetidamente porque tu marido llega con un chupetón que tú no le hiciste? ¿crees que es lindo el tener sexo sin sentir nada en absoluto? ¿crees que es bello el engañarte a tí misma durante 40 años?-.

Sofi está sin palabras. Camina hacia mí, lentamente y me abraza. -Lo siento mamá- me dice. Tras un rato recargada en mi pecho, sollozando, me dice: -¿Y con quién voy a vivir?-. -Con quien gustes amor- le contesto. Tras un momento dice: -seguramente Adrían irá con mi padre... así que... ¿puedo vivir con ustedes ma?-. Me sorprendí cuando me dijo eso. -¿Ustedes?- le pregunto confundida y agrego: -¿a quiénes te refieres con “ustedes”?-. Ella me mira, sonríe con timidez y me dice: -pues... tú sabes... a ustedes... o sea... a tí y a Prisma-.

Por la noche, en cama de Prisma, no podía dormir. -¿Ocurre algo tía?- me pregunta ella mientras yacemos acostadas abrazadas. -Creí que todo había salido bien- me dice. -Prisma, ¿crees que Sofi sepa lo de nosotras?-. Prisma me mira extrañada y dice: -¿por qué lo dices?-. Le contesto: -no sé , a veces creo que sabe algo... pero si es así... entonces es mucho más comprensiva y abierta de lo que esperaba-. Prisma me besa, y se acurruca en mi pecho. -Tía, nadie nos separará ¿verdad?-. Le acaricio el rostro y le digo: -claro que no amor... yo haré todo para seguir junto a tí... porque eres el amor de mi vida-. La niña sonríe, satisfecha y feliz y me dice mientras sume su cara entre mis senos: - me muero de ganas por hacer el amor contigo de nuevo tía... porque te amo... te amo con todo mi corazón...- diciendo ésto, cae dormida.

Por la mañana no necesitamos de despertador, pues Sofi llamó a la puerta mientras nos decía: -¡Mamá, Prisma, arriba! ¡Se nos va a hacer tarde!- Afortunadamente no abrió la puerta pues nos hallaría dormidas juntas en la misma cama, abrazadas. Los días siguientes transcurrieron con normalidad. Los niños estaban más tranquilos, e incluso Javier y yo dejamos de discutir. Era extraño, tal pareciera que el finalizar nuestra relación de pareja, nos relajó a tal grado que nos veíamos como amigos y no como enemigos. Eso era bueno, sobre todo para nuestros hijos. El hecho de que nos separáramos no implicaba que nos odiáramos a muerte.

Sofi parecía llevarse mejor nuevamente con Prisma. Yo seguía sospechando que ella sabía que había algo entre su prima y yo. Era muy evidente cuando nos dejaba conversar a solas, por ejemplo. Incluso llegaba a bromear conmigo. Un día por la tarde Prisma y yo estábamos cocinando, y Sofi llegó con su novio a comer. En eso, decide probar el platillo de su prima, y dice que está delicioso, en eso, mientras me guiña el ojo, me dice: -Prisma cocina bien mamá... ¡creo que sería una buena esposa para tí!-

Todas éstas indirectas me tranquilizaban a la vez que me inquietaban. ¿Acaso era tan evidente lo que pasaba entre Prisma y yo? Quizá tendría que ser más cuidadosa. Prisma y yo siempre andamos caminando tomadas de la mano y nos mostramos muy afectuosas, incluso en público. Nunca consideré que podría haber problemas, es decir, ella en realidad es mi sobrina, y ése es el argumento que estaba lista para desenfundar si alguien nos llegara a hacer la observación de que somos muy cariñosas la una con la otra.

Ese día, acababa de bañarme y bajé a la cocina mientras Prisma se bañaba. La esperé un momento, pero no bajó. Entonces decidí subir a ver. Allí la encontré, vestida sólo con una pantaleta a rayas. Se acerca a mí. Noto que se acaba de perfumar todo su cuerpo. Me dice con voz sexy: -ya no tengo nada, ya podemos hacerlo, tía-. Me sentia sumamente excitada. Bueno, ya llevaba varios días excitada y me moría de ganas por hacer mía de nuevo a mi joven amante. -¿Eso significa que ya puedo lamerte todo tu cuerpo?- le dije mientras ansiosa, comenzaba a lamerle el cuello y a besarla. -Sí, puedes lamerme todo mi cuerpo tía- me contesta ella, ya evidentemente excitada en demasía. -¿segura? Porque te voy a lamer TODO tu cuerpo- le dije, besándola apasionadamente en su cuello, y desatándole el sostén. -Sí tía Alondra, quiero que me pruebes todita-.

Con esto, me sentí con carta blanca para cualquier perversión que tuviera en mente. Durante nuestros días de abstinencia me dediqué a... cultivar sobre el sexo entre chicas. Y no sé si era mi imaginación o algo, pero ella también se veía más agresiva. Nos besamos como locas, nos chupamos los senos, nos acariciamos los genitales. Ella estaba muy húmeda en su vulva, y su humedad escurría hacia atrás. Decido entonces explorar más de ella con uno de mis dedos. Llevo mi curioso dedo hacia su pequeño anito. Está muy húmedo producto de los jugos de su vecina. Comienzo a acariciarlo, suavemente, e introduzco ligeramente la punta de mi dedo. Parecía gustarle eso, pues comenzó a besarme con más intesidad. En ello, me arroja sobre la cama, sobre la cual caigo acostada. Ella se coloca encima de mí, y se voltea hacia mis pies, formando el clásico 69, un favorito personal, he de decir. Tenía el hermoso trasero de la niña frente a mi rostro. Comenzé a acariciar sus nalgas mientras ella procedía a lamerme mis genitales. La sensación era maravillosa. Yo sumergo mi cara entre sus glúteos, llenándome de su fragancia. Comienzo a lamer su vulva, introduciendo mi lengua en su cálida vagina. Mi nariz pega en su ano, y ante tal estímulo, dejo salir mi lujuria y comienzo a lamérselo con vigor. Por alguna razón, me excitaba de sobremanera su rosado orificio trasero. Era estrecho, hermoso, como unos labios que parecían abrirse ligeramente con cada lamida y con cada intento de mi lengua por penetrar su esfínter. Sentía que Prisma escurría sobre mi barbilla. Era demasiado el jugo que dejaba caer sobre mí. Era obvio que estaba teniendo un orgasmo, uno sumamente intenso. En ello siento su piercing sobre mi cítoris y con el morbo de tener mi boca en su boca trasera, dejo salir mi propio orgasmo.

Aún estaba recuperando el aliento cuando siento las manos de Prisma. Como dije, parecía estar más agresiva hoy. Quizá también se cultivó en el arte del sexo lésbico. Ella me coloca en posición de cuatro patas, y me pone la cabeza contra el colchón, haciendo que levante mi ancho trasero. Volteo a verla y la observo de rodilllas, contemplando mi culo, mordiéndose el labio. En ello comienza a acariciarme las nalgas, y siento que su lengua comienza a lamerlas, llevándola luego a lamer mi vulva. Estoy enloqueciendo. Me gustaba el lado dominante de mi dulce niña. Ahora era yo la pasiva, la sumisa, y eso me encantaba. Siento su lengua en mi ano. Se siente cálida, ansiosa, curiosa. Me siento el el cielo. Prisma me da suaves nalgadas mientras lo hace, y va incrementando la intensidad de los golpes. La sensación del dolor y el placer combinados me está enloqueciendo. Comienzo a decirle: -más fuerte cariño... ¡más fuerte!...- Prisma se ve como poseída por el placer, y me pregunta: -¿segura?-. -Sí, tu dale mija...- le digo. Prisma comienza, con cautela, a golpear más fuerte, tras un rato de estímulo doloroso, estímulo vaginal y estímulo anal, dejo salir mi orgasmo mojando notablemente la colcha de la cama. Caigo de bruces sobre el colchón, jadeando. Siento las manitas de Prisma sobarme mis glúteos cariñosamente, como quien soba las rodillas de un niño que se cae. Nunca imaginé que yo podría ser tan pervertida (más pien, que ambas podríamos ser tan pervertidas). Pero aún quería mas. Así, coloco a Prisma en la cama, y colocándome frente a ella, pego mi vulva a la de ella y comenzamos a frotarnos, a estimularnos, a darnos el beso más íntimo que sólo dos mujeres pueden darse. Comenzamos a besarnos apasionadamente en los labios y en el cuello mientras los frotes se intensifican. Siento que ella se viene, y luego yo, y ella de nuevo, y ottra vez, y yo de vuelta... caímos rendidas de espaldas, con nuestras piernas aún entrelazadas. Ella se coloca a mi lado, cierra sus ojos y me dice simplemente: -Te amo tía Alondra-, yo le respondo con un beso en la cabeza y le digo: -y yo a tí mi dulce niña-. Diciéndo ésto, caemos dormidas.

Sumamente satisfecha, y un tanto dolorida de mi trasero, bajo a preparar el desayuno. Las niñas bajan para la escuela. Prisma y yo estamos platicando en la cocina, en eso llega Sofi, un tanto seria, y titubeante. -¿Ocurre algo Sofi?- le pregunto. Ella nos mira a Prisma y a mí, y nos dice: -Eh... no sé cómo decirles peeeero...- y agrega sonriendo, al tiempo que señala su cuello: - creo que sería bueno que hoy usaran cuello alto... pues se les ven algunos chupetones en el cuello...-. Ésto me hizo casi confirmar que en efecto, Sofí sabía que algo pasaba entre Prisma y yo. Es decir, imagino lo que ha de pasar por su mente: “por la noche mi prima y mi madre no tienen marcas. Se van a acostar juntas. Hoy ambas amanecen con chupetones en el cuello, ergo: algo pasa entre mi madre y mi prima”. Tendríamos que ser más cuidadosas. Tendríamos que dejar los chupetones en sitios no visibles. Anoche nos dejamos llevar por la pasión y ninguna consideramos ese detalle. Pero no por ello la situación era menos divertida y excitante. Antes de irse a la escuela, pregunté por curiosidad a Prisma dónde aprendió esas cosas que hicimos anoche. Ella avergonzada, me dice: -sé que no debería ver esas cosas a mi edad... pero las ví en internet-. Sonreí al tiempo que le dije que yo hice lo mismo. Su disculpa me enterneció, era cierto que ella no debería ver esas cosas, pero para ser justas, tampoco debería ponerlas en práctica. Pero eso era algo que no me molestaba en absoluto.

Mi cumpleaños se acercaba. Realmente me sentía un tanto triste por ello, por varios motivos. Primero, ya no era una jovencita (a pesar de mi apariencia física), segundo, el cumplir años me recordaba que había desperdiciado otro año de mi vida en dar una falsa apriencia (si bien ese sería el último año que eso sucedería) y tercero, la ya de por sí abismal diferencia de edades entre Prisma y yo se incrementaba un año. Pero las chicas parecías sumamente entusiasmadas. El fin de semana de mi cumpleaños, Sofi y Prisma prepararon un pastel. Hicimos un pequeño convivio en la casa. Esábamos ellas, Adrián, su novia, el novio de Sofi, y yo. Adrián se retiró temprano a casa de su padre. El novio de Sofi también se retiró poco después. Realmente la pasamos bien. En ello Sofi me da un abrazo y me felicita, tras lo cual sube a su cuarto, dejándonos a Prisma y a mí, a solas. Prisma saca una pequeña cajita con papel de regalo envolviéndola, y tímidamente, me lo entrega. Me enternezco con el detalle y al abrirlo, me doy cuenta de que es un pequeño y hermoso anillo de plata con pedrería de fantasía. -Sé que tuviste que dejar tu viejo anillo tía, pero quise darte otro, uno nuevo que simbolice tu nuevo amor- me dice. Conmovida, me lo pongo, bañada en lagrimas, al tiempo que cubro de besos y abrazos a mi amante. Luego me dice: -Ah, y Sofi me dejó éste regalo para tí-. Me sorprendí de que ella no me lu hubiese dado personalmente. Prisma Agrega: -pero pasó algo raro, pues me dijo que el regalo era mío, pero era para tí... así que no entendí nada...-. Curiosas, nos disponemos a abrir el regalo. Y lo que había adentro nos dejó boquiabiertas. Había una nota que decía: “Un regalo para mi madre disfrute, porque lo usará Prisma”. Saco el obsequio, se trataba de una pequeña tanga de encaje, blanca, con la entrepierna abierta, sumamente sexy y tierna.

Nos quedamos viendo la una a la otra, sorprendidas. Era claro que Sofi sabía lo de nosotras, pero nunca lo ha mencionado abiertamente (y probablemente nunca lo haría). Prisma toma la prenda, y sonrojada, me dice: -bueno... no queremos decepcionar a Sofi, verdad tía?-. Me acerco a ella, y besándola, le digo: -No, claro que no... ahora, vayamos al cuarto a que disfrute de mi regalo-.

Entramos al cuarto. Prisma entró al baño a preparase, y yo hice lo mío en la habitación. Decidí ponerme algo sexy: una tanga negra de encaje, con un neglillé y medias negras. No me puse sostén. Me maquillé y me perfumé, alistándome para la acción. En ello, sale Prisma: con su diminuta tanga, maquillada, perfumada, ansiosa...

Comenzó el juego previo. Nos besamos apasionadamente, cuidándonos de no dejarnos más chupetones. Comenzé a besarle su pecho, su abdomen, su pelvis... en eso se me ocurre una idea. Tomo un par de blusas y le ordeno a mi amante que se acueste con los brazo hacia arriba. Ella obedece en el acto, y colocándome encime de ella, le amarro las manos a la cabecera de la cama. -Si quieres que me detenga, sólo dime la palabra clave: gatito-. Ella se ve sorprendida, excitada, expectante. Comienzo a besarla en los labios, en el cuello, ella sólo puede ser la parte pasiva ahora, pues no puede mover sus manos. Y como mis manos sí pueden moverse, le acaricio todo su cuerpo, sus pechos, sus pezones, a donde dirijo mi boca y mi entusiasmada lengua. Paso un rato estimulando sus pezones, mientras la veo gemir de placer, retorcerse de gusto, suplicándo que la hiciera mía de una vez. Luego paso a besarle el abdomen, comienzo a lamerle el ombligo con su sexy piercing. Ella está al máximo, siente que no puede más, necesita que la estimule en sus partes: -¡dame tu lengua tía... dámela, chúpame ya!-, -¿A poco ya quieres que te la chupe pequeña zorra caliente?, ¿de veras ya quieres eso perra?- le pregunté. Los aires se estaban poniendo algo sadomasoquistas. Hablar sucio en la cama es algo que nunca pensé hacer, pero estaba resultando ser muy excitante y sobre todo, natural. -¡Sí, ya cógeme perra, ya cógeme!- exclamó ella, extasiada. -¿Qué modales son esos mi pequeña putita?, ¡sólo por eso me tomaré mi tiempo!- le respondo. Así, sin prisas, comienzo a besarle sus pies, sus piernas, sus muslos, sus ingles... en ello, veo la tanga que nos regaló Sofi. Es muy linda y práctica. No necesito quitarla ni hacerla a un lado para saborear la vulva de mi niña hermosa. Comienzo lento, a besar sus labios mayores, luego los menores, a besar con suavidad su rojo y erecto clítoris. Me encantaba verla retorcerse del placer negado que le estaba brindando. Me compadecí finalmente y empecé a lamerle en forma sus genitales, saboreando cada gota de su néctar, inhalando su dulce aroma, recorriendo desde su ano hasta su clítoris con mi insaciable lengua. Finalmente, tras gemidos y gritos de placer, siento que me aprieta mi cabeza fuertemente entre sus muslos, y deja salir un abundante chorro de sus fluidos en mi cara y en mi boca. Prisma cae exhausta. Decido desatarla. Mientras lo hago, ella parece estar aún recuperando el aire, pero al quitarle los vendajes, ella de prisa se me echa encima, atándome las manos detrás de la espalda, y empujando mi cabeza contra el colchón: -Ahora me toca a mí puta...- me dice. Eso me calentó demasiado. En eso, veo que saca un pequeño cinto de su cajón, y procede a darme con él en mis nalgas. -¡Más fuerte... más fuerte cabrona!- le grito. -¿Más fuerte perra?... ¿que no te duele?...¡No! ¿cómo te va a doler con ese enorme y delicioso culo que tienes?- me decía, al tiempo que me golpeaba cada vez más fuerte. La intensidad de los golpes a veces era mucha, pero lejos de enojarme o sufrir, me sentía más y más excitada. -¡Vaya, ya estás bien mojada tía!... ¿qué clase de puta eres para mojarte así cuando te golpean? eh, contestame!- me pregunta. Yo, casi babeando del placer, le respondo: - una puta muy sucia...-. -¿Y de quién eres puta?- me vuelve a preguntar, a lo que contesto: -¡Tuya, soy tu puta!-. Tras decir eso, sume su cara en mi trasero, lamiéndo mi ano y mi vulva. No pasó más de un minuto cuando me vine fuertemente, cayendo rendida. Tras ello, Prisma me desata, la tomo en mis manos y nos besamos apasionadamente. Hicimos el amor toda la noche. Por suerte iba a ser domingo, así que no habría problema. Lo hicimos salvajemente, como dos gatas en celo. Fue una experiencia realmente trascendental.

Los días pasaron, mi relación con Prisma se fortalecía cada vez más. No era sólo el sexo, era todo. El sólo hecho de platicar con ella me llenaba de alegría y satisfacción. El sólo ver su hermoso rostro era suficiente para convencerme de que Dios existe. Sofi parecía no inmutarse ante ello. Lo tomaba con naturalidad, pero siempre tratamos de ser discretas.

Un día, justo cuando las niñas regresaron de clases, recibo una llamada. Era Perla, mi ex cuñada. - Sí, bueno, quisiera hablar con Prisma- me dijo, sin saludar siquiera. Se la comunico. Observo a mi joven amante, mientras está platicando con su madre, pálida como la nieve. -Sí ma... ajá... ¡eso es ridículo, ni siquiera uso drogas!... no, no y no... no no tiene caso... no má, no... sí, acá estoy a gusto... no ma... ¿sabes qué?... no... no voy a regresar, no insistas... ¡que no uso drogas carajo!... ¿acaso me conoces por lo menos... acaso te has molestado en platicar conmigo de ello? ¡Símplemente te deshisciste de mí y ahora que estoy feliz acá quieres arruinarme la vida de nuevo!- Era obvio que Prisma estaba molesta. Y era obvio que no quería regresar con sus padres. Yo estaba tomándole de la mano mientras ella contenía las lágrimas al conversar con su madre. Su plática continuó: -sí, ya sé que se van a separar...ajá... con mi tía y Sofi... ¡pues con ellas!... no ma, no voy a regresar, acá estoy contenta... ajá...-. En eso, me entrega el teléfono. -¿Bueno?- digo. Al otro lado de la línea, Perla contesta: -no sé qué rayos haces con mi hija... pero parece que ella está feliz allá... pero no quiero que sea una molestia para tí...- -¡no es ninguna molestia!- la interrumpo, y agrego -ella y yo nos llevamos muy bien, será un placer tenerla viviendo aquí-. Perla suspira. -¿Acaso crees que será fácil hacerte cargo de ella? Pues no, ella es conflictiva, y problemática, tú no la conoces...-. -No, tú no la conoces. Ella es una niña muy dulce y linda. Y no será problema tenerla viviendo conmigo- le dije. Tras un momento de silencio, donde al parecer intercambiaba ideas con su esposo, me dice: -bien, que se quede allá, pero no le enviaremos más dinero ni nada. Y te deseo suerte criándola, ¡la necesitarás!-. Diciendo éso, cuelga. ¿Dinero? Gracias a Dios no hacía falta. De hecho ni sabía que le estaban enviando dinero a Prisma. Quizá Javier lo gastaba todo. Coloco el teléfono en la mesa. Prisma y Sofi están mirándome, expectantes ante lo que tengo que decir. -¿Y bien?- pregunta Prisma. Sonrío y le digo: -no tienes qué regresar, puedes quedarte si así lo deseas... ¿es eso lo que deseas Prisma? ¿Vivir aquí conmigo?-. Prisma corre hacia a mí y me abraza fuertemente, llorando de alegría. Sofi nos contempla, sonriendo.

Ese día, para celebrar, vamos las tres a comer fuera. Tras llegar a casa, Sofi decide ir con sus amigas, para dejarnos a solas a mí y a Prisma. Estamos sentadas en la sala, en eso, veo el anillo que me vio. Un hermoso cristal transparente, parecía circón, muy fino y hermoso. La luz que entraba en la roca se reflejaba en forma de arcoiris en mi pantalón. Sonrío. Abrazo a mi joven amante, y le doy un suave, tierno y largo beso en los labios. Prisma sonríe, sorprendida. -Te amo tanto mi niña hermosa- le digo. -Y yo a tí mi amada tía- me responde. -Sabes Prisma... tu nombre te queda muy bien- le digo. Ella se sorprende y me pregunta el porqué de mis palabras. -Me dí cuenta de que eres como ésta piedra, como un prisma... ellos tienen la capacidad de transformar algo tan simple como un rayo de luz en algo tan hermoso como un arcoiris...- Prisma me observa, sonriendo, con lágrimas en los ojos. -Así eres tú, Prisma. Tienes la habilidad de transformar las cosas. Me transformaste a mí y transformaste mi vida, gracias a tí mi vida pasó de ser algo cotidiano a ser algo extraordinario-.

EPÍLOGO

Mi vida con Prisma ha sido maravillosa. Nunca creí que estar con la persona amada hiciera la vida más hermosa y placentera. Tenemos grandes planes y proyectos para el futuro. El sexo con ella es estupendo, a veces rudo, a veces tierno. No puedo creer que me halla privado de todo esto durante toda mi vida. Pero todo cambia. Ella y yo estamos juntas y eso es lo importante. Y seguiremos juntas hasta que la vida lo permita, y disfrutaré de ella cada segundo de mi vida. Doy gracias a Dios la oportunidad de haber recibido en mi casa a ésta intrusa, una hermosa intrusa que terminó por conquistar mi corazón y mi alma.