El Gran Dalmuti por Nikto30 (nikto30 arroba gmail punto com) - ¡Quien pierda de las dos se la chupa al novio de la otra! - A pesar de lo excitados que estábamos los cuatro la apuesta de Emmanuel nos pilló por sorpresa. - ¡Se acepta! – gritó Sara. Me giré hacia ella atónito por lo que acababa de oír. Sara, mi pareja, miraba a Emmanuel con los ojos muy abiertos. Su pecho subía y bajaba en rápidos intervalos. ¡Estaba muy excitada! No sabía muy bien cómo tomarme la apuesta de Emmanuel y mucho menos la respuesta de Sara y comenzaba a notar una comezón en la boca del estómago que o bien eran celos o el alcohol subiendo por mi esófago. Entonces noté los ojos de Ana fijos en mi. Me giré hacia ella y efectivamente, sus ojazos verdes me atravesaban. Tenía la boca ligeramente abierta y el alcohol había sonrojado sus mejillas de una manera muy erótica. Noté como mi polla se quedaba nuevamente sin espacio dentro de mis calzoncillos. - Vale, pero dejando las cosas claras. – Ana se puso en pié delante nuestro y nos miró con la mano extendida y el dedo índice levantado. Se movía nerviosa de un lado a otro de la pequeña mesita del cuarto de estar sobre la cual estaban esparcidas las cartas con las que habíamos comenzado a jugar hacía horas y nuestros 4 vasos sobre 4 posavasos de marcas de cerveza. – ¿Qué quiere decir “chuparla”? ¿Hasta donde? – Mi polla estaba tan dura que el dolor se estaba haciendo insoportable y más después de darme cuenta de las miradas que Ana le echaba al bulto de mi entrepierna. Llevábamos varias horas bebiendo y jugando. Lo que había comenzado como una agradable cena entre compañeros de trabajo (Ana y yo), se convirtió en una divertida velada de cartas. Emmanuel nos había caído simpático desde el principio. Era un tío inteligente y divertido. Era senegalés, negro como la noche, y su vida había sido una película de aventuras que nos había dejado con la boca abierta. En un momento en que Ana y él se fueron a la cocina a preparar el segundo plato, Sara y yo nos miramos sonriendo. A pesar de los temores estaba siendo una cena estupenda. Parecía que habíamos encontrado una buena pareja de amigos. - ¿Bueno rollo, no? – Le dije a Sara, que levantó las cejas asintiendo. - ¿Emmanuel es la ostia, verdad? – Y Sara abrió los ojos y acercando la boca a mi oído dijo: “¡¡Y está como un tren!!”. Siempre nos hacíamos bromas de este tipo el uno al otro (“mira que tetas tiene esa chica”, “a ese tío le aprieta el paquete”,…) y en ese momento no me fijé en las admiraciones que puso Sara a su comentario. Después de cenar nos tumbamos en el sofá para hacer la merecida digestión y Ana propuso sacar las cartas y jugar a algo para divertirnos. A todos nos pareció buena idea y nos distribuimos alrededor de la pequeña mesita mientras Ana ponía música ambiente y traía la baraja, licor (whiskey, baileys y licor de manzana), 4 vasos y posavasos. Sara y Emmanuel se sentaron en el sofá de tres piezas, yo en una butaca y Ana en el suelo sobre la moqueta enfrente del sofá, con las piernas cruzadas, de manera que yo la veía de lado. En seguida me di cuenta de lo privilegiado de mi perspectiva. Ana vestía un pantalón corto de tela, cómodo, de estar por casa, y una camiseta sin mangas, de esas en que los tirantes se cruzan por la espalda dejando los omoplatos a la vista. En el trabajo todos los tíos ya nos habíamos fijado en ella. Ana era pequeñita y delgada y tenía unas tetas impresionantes. En verano le gustaba llevar camisetas ajustadas que resaltaban aún más sus pechos en su pequeña figura. Iba cada semana dos o tres veces al gimnasio (allí había conocido a Emmanuel) y su vientre y sus brazos estaban lisos y fibrados. Normalmente vestía informal, pero cuando tenía reunión con los clientes se ponía blusa, chaqueta y minifalda o pantalones ajustados negros. Los zapatos de tacón entonces hacían que andase con el culo hacia atrás y levantado y cuando pasaba a nuestro lado casi nadie podía evitar seguir ese culo prieto con la mirada mientras escondíamos nuestra trempera. Ahora, desde mi cómoda butaca, disfrutaba de la visión que Ana me ofrecía de sus tetas. Cuando se inclinó sobre la mesa y levantó los brazos para repartir las cartas pude ver como tiraban de la tela de la camiseta mostrando la maravillosa curva donde el pecho se unía al tronco bajo una axila rasurada. Sonrojado aparté la vista y miré a Sara para comprobar si ella se había dado cuenta de mis miradas a Ana. Sara estaba entretenida estudiando y ordenando su fajo de cartas. Yo cogí las mías que se amontonaban en la mesa, me recliné en la butaca y me puse a ordenarlas también, intentando no pensar en Ana. Pero eso fue peor, ahora podía ver la espalda de Ana, donde su columna vertebral dibujaba un camino que apuntaba directamente al pequeño pantalón de tela por donde asomaban las delgadas tiras de un tanga negro. La trempera fue instantánea y tuve que volver a inclinarme hacia adelante para evitar que el bulto me delatara. Las primeras partidas nos habían hecho entrar en calor. Al principio habíamos empezado jugando a poker, pero enseguida cambiamos a cosas de menos empaque pero más divertidas. Al cabo de media hora o así estábamos jugando al Uno y quien más quien menos ya se había bebido un par de vasos de licor. Estábamos los cuatro inclinados sobre la mesa para no perdernos ni una carta. La partida estaba siendo muy rápida y renegábamos y gritábamos excitados, sobretodo las chicas. Sara fue la primera en quedarse con una carta y gritarlo mientras daba saltitos en el sofá. Sara llevaba una blusa blanca holgada que le gustaba mucho y yo ya me había fijado que cuando se inclinaba hacia delante se veía perfectamente su generoso canalillo. Las tetas de Sara no tenían nada que envidiar a las de Ana, quizá no fueran tan firmes como las de ésta y no destacasen tanto como lo hacían en el menudo cuerpo de Ana. Pero Sara estaba muy bien dotada y a mi me encantaba manosearle las tetas siempre que tenía oportunidad. Con una carta en la mano y botando excitada mientras no paraba de reír el top que le había visto ponerse esa tarde a duras penas podía retener sus pechos. Y yo no era el único que se había dado cuenta. Emmanuel, sentado al lado de Sara, tenía la vista fija en las tetas de mi novia mientras éstas subían y bajaban. Quizá fuera el alcohol, pero en ese momento fantaseé sobre Emmanuel manoseando a mi novia. He de reconocer que la idea me excitó e hice nota mental de utilizarla para nuestras veladas eróticas, cuando Sara me suplicaba que le explicase historias guarras mientras yo la masturbaba y le chupaba sus hermosos pechos. Continuamos jugando y bebiendo. Ana trajo más alcohol y algo de picoteo para que no nos subiera demasiado. Ya había pasado media noche y el final de una partida donde todos habíamos gritado histéricos nos hizo temer que los vecinos llamaran quejándose. Decidimos jugar a algo más tranquilo. Sara propuso el Gran Dalmuti a pesar de que éramos pocos pero ni Ana ni Emmanuel sabía jugar. Así que hicimos una partida de prueba para que entendiesen las normas. A Ana el juego le gustó mucho y propuso jugar en serio. A Emmanuel le pareció bien. - Pero cuando digo “en serio” quiero decir “en serio”. – Los tres nos quedamos mirando a Ana. – El Gran Dalmuti puede hacer lo que quiera, ¿no? – Sara y yo asentimos – Pues yo propongo, que, aparte de lo que el Gran Dalmuti mande durante la partida, quien gane y sea el nuevo Gran Dalmuti tiene que hacer pasar una prueba al Gran Pordiosero (el perdedor) como castigo… - A los tres nos pareció bien así que Sara repartió una carta para decidir quien sería el primer Gran Dalmuti. Para variar (yo siempre pienso que Sara hace trampas) ella ganó, Ana quedó segunda, Emmanuel tercero y yo empecé el juego como Gran Pordiosero, por lo que nada más empezar el Gran Dalmuti (o sea: Sara) me ordenó ir a por hielo para las copas. Cuando volví ya había cambiado las posiciones de acuerdo con el orden: Sara se había sentado en mi butaca (el trono, decía ella) como Gran Dalmuti, Ana estaba sentada a su derecha en el sofá y a su lado Emmanuel. A mi me tocaba el suelo, como Gran Pordiosero que era, y también las tareas de repartir y recoger las cartas. Si habéis jugado alguna vez al Gran Dalmuti sabréis que lo difícil es cambiar de posición en el juego, porque cuánto más arriba estás en la escala más posibilidades tienes de ganar, por lo que el Gran Dalmuti, si sabe jugar bien, tiene muchas posibilidades de ganar y el Gran Pordiosero muy pocas de salir del pozo. Sara ganó la primera partida y Ana acabó segunda. Por suerte Emmanuel aún no le había cogido el truco y yo pude acabar antes que él, a pesar de la distracción que suponía tener enfrente a Ana y sus pantalones cortos a la altura de mi ojos. De manera que yo me libré de mi condición de Gran Pordiosero y se la pasé a Emmanuel. - ¡Muy bien!- gritó Sara cuando Emmanuel y yo intercambiamos posiciones y él se sentó en el suelo. – Entonces Emmanuel tiene que pasar una prueba, ¿no? – Todos miramos a Sara mientras ella observaba a Emmanuel con los ojos entornados, pensando que prueba le podía hacer pasar. – Pues puedes empezar por quitarte la camiseta… - Yo abrí la boca atónito – y enseñarnos esos pectorales. - Emmanuel sonreía mostrando sus dientes blanquísimos. Llevaba una camiseta naranja ajustada que marcaba sus músculos de gimnasio y unos pantalones blancos de lino. A través de la fibra de la camiseta se veían claramente sus pezones bajo unos pectorales impresionantes. En la barriga las arrugas del tejido se mezclaban con las marcas de sus abdominales. - Ningún problema. – Dijo Emmanuel mientras se remangaba la camiseta por el torso mostrando unos abdominales que parecían cincelados en piedra. Sara tenía los ojos fijos en su vientre y la boca ligeramente abierta. Incluso creí ver un pequeño rubor en sus mejillas. Emmanuel acabó de quitarse la camiseta por encima de la cabeza. Sus pectorales eran impresionantes. La negra piel brillaba ligeramente por la transpiración y sus pezones sobresalían medio centímetro, bajo el músculo y apuntando hacia abajo y adelante. - Ahora la prueba. – continuó Sara. – Debes mover cada pectoral independientemente, primero uno, luego el otro, y así. – Los tres teníamos los ojos fijos en los pechos de Emmanuel. Con el rabillo del ojo creí ver que Ana sonreía viendo nuestra reacción. Seguramente ella había visto muchas veces a Emmanuel fardando de músculos. - ¡Eso es muy fácil! – dijo Emmanuel sonriendo, e inmediatamente se puso a mover sus pectorales al ritmo de la música de fondo. Lo cierto es que era asombroso ver como movía esas masas de músculo. Emmanuel sonreía viendo el efecto que causaba su “baile” en Sara y no se cortó un pelo: - ¿Quieres tocarlos? – Yo hubiera preferido dejarlo en un espectáculo visual pero Sara rápidamente respondió con un ”¿Puedo?”. – ¡Claro! - respondió Emmanuel y enseguida Sara acercó la mano derecha y la puso bajo su pectoral derecho, como si lo sostuviera en la mano. Emmanuel continuaba moviendo los pechos y Sara no podía parar de reír, con una risa excitada, mientras notaba la masa de músculo en su mano y el pezón entre sus dedos. Cuando acabó el espectáculo y Emmanuel volvió a ponerse la camiseta las dos chicas se pusieron a aplaudir y gritar bravos. Yo aplaudía tímidamente, envidioso de la musculatura de Emmanuel y de su control, y también un poco picado por el desparpajo de Sara. La siguiente partida comenzó y enseguida se vio que Ana aprendía rápido. Esta vez fueron ella y Sara las que intercambiaron posiciones mientras Emmanuel volvía a perder. Ahora le tocaba a Ana ponerle una prueba a su novio. Sara se levantó para intercambiar su sitio con Ana y se sentó a mi lado sin ni tan siquiera mirarme, mirando intermitentemente a Ana y a Emmanuel. - Veamos – dijo Ana con la mano en la barbilla interpretando a “El pensador” de Rodin. Miró a Sara sonriendo antes de mirarme a mi. No puedo estar seguro pero creí distinguir un brillo pícaro en sus ojos. – Creo que Emmanuel aún no nos ha enseñado todo de lo que es capaz. – dijo mirando ahora a su novio. – Tienes que caminar de un lado a otro del salón haciendo el pino. En seguida Emmanuel se levantó y ante la mirada atónita de Sara y la mía puso las manos abiertas sobre la moqueta y, poco a poco, fue elevando las piernas sobre la cabeza. La demostración de fuerza fue portentosa. Los músculos de sus brazos se marcaban y las venas sobresalían de la piel. Cuando estuvo completamente vertical se giró hacia nosotros sonriendo y Sara y Ana se pusieron a aplaudir. Después comenzó a “andar” con las manos hacia la puerta y una vez hubo llegado dio media vuelta y volvió hacia nosotros. El movimiento hizo que la camiseta se le subiera un poco mostrando parte de sus perfectos abdominales. Pero estoy seguro que en lo que todos nos fijamos era en el bulto que pendulaba sobre su vientre bajo los pantalones de lino con cada paso que daba. Por fin, cuando estuvo ante nosotros flexionó ligeramente los brazos y con un “hop!” dio un salto y un rebote y se puso en pie alzando los brazos como hacen los gimnastas. Nuevamente las chicas explotaron en bravos y hurras mientras aplaudían a rabiar. En ese momento yo también rabiaba, pero de manera diferente. El juego estaba empezando a cargarme un poco. Pero parecía que los tres se lo estaban pasando teta y no era buena idea en ese momento una retirada. Así que tomé la decisión de no dejar que Emmanuel volviese a perder para evitar más demostraciones de las suyas. En la siguiente partida comencé a pasar cuando tenía cartas y a cometer errores sin que se notaran demasiado. Al final Ana y Sara volvieron a quedar primera y segunda respectivamente. Yo tenía aún seis cartas en la mano y Emmanuel solo 2. Me tocaba salir y lo hice con la carta más alta para darle posibilidades de deshacerse de una, yo pasé y Emmanuel acabó sus cartas. Rápidamente mezclé las cartas con las de la mesa para que no vieran el juego que tenía, mientras intentaba poner cara de perdedor. - Oooh! – dijo Ana – Ahora Jaime tendrá que pasar una prueba. – Yo medio sonreía. Mi plan había salido bien. Miré a Sara y parecía estar un poco decepcionada. - ¿Qué le podríamos hacer hacer? – Ana me miraba con la cara sonrosada y una sonrisa provocativa. En ese momento me invadió una sensación de vergüenza. No había calculado bien: si Ana me hacía hacer algo parecido a lo de Emmanuel en la comparativa yo quedaría fatal. Nunca había sido un deportista aunque tampoco estaba gordo (excepto por una pequeña barriguita cervecera que había criado en los últimos meses), pero desde luego no sería capaz de hacer cabriolas ni mover músculos a placer como hacía Emmanuel. – Veamos, quítate la camisa. Me quité la camisa negra metiendo barriga. Me miré el pecho pensando que tampoco estaba tan mal. Estaba moreno de playa y algo peludo. Metiendo estómago la barriga prácticamente desaparecía, pero en comparación con los de Emmanuel mis pectorales no se marcaban en absoluto. – ¡Ya veo! – dijo Ana – Ahora vuelvo – y de un salto desapareció por el pasillo. - Perdona que te lo diga, pero ni punto de comparación. – dijo Sara mirándome. Yo le eché una mirada furibunda y Sara se tapó la boca con la mano para que no viera como se reía (de mi). Mi ego no estaba precisamente por los aires. Entonces volvió Ana con un kit de depilación en las manos. – ¡Ya estoy aquí! – Yo abrí los ojos espantado mientras Sara y Emmanuel reían ahora ya sin esconderse. - ¡Un momento, un momento! – yo no sabía que decir. Me parecía haber vuelto atrás en el tiempo a la época del instituto, cuando chicos y chicas nos provocábamos con juegos pseudoeróticos y pequeñas putadas. - Nada de momentos. Yo soy la Gran Dalmuti y mando que te dejes depilar el pecho. Los pelos no están de moda. – dijo Ana. Sara se puso del lado de Ana y mientras las dos preparaban la cera Emmanuel se compadecía de mi entre risas sin que yo pudiese hacer nada. Cuando la cera estuvo caliente Ana cogió una espátula y empezó a extenderla sobre mi pecho. Los pelos se concentraban entre mis dos invisibles pectorales por lo que no había mucha superficie que depilar. Cuando la cera estuvo fría Ana se frotó las manos y mirándome mientras sonreía dijo - ¿Preparado?. - ¡Qué remedio! – dije. Y Ana tiró con fuerza de la pasta. Dolió. Bastante. Mientras los tres reían a carcajadas yo me soplaba el pecho lampiño y abanicaba con las manos intentando aliviar el dolor. – ¡Eh! Mucho mejor. – dijo Ana, y me acarició el pecho. Al mirarla me encontré con sus ojos verdes. Mientras Sara y Emmanuel reían a sus espaldas ella paseó provocativamente la lengua por su labio inferior. Yo me quedé de piedra y Ana me sonrió. – Prueba superada… - dijo y volvió a su sillón de Gran Dalmuti. Yo me volví a poner la camisa mientras Sara me miraba con las cejas levantadas y el dedo pulgar hacia arriba como aprobando el nuevo look de mis pectorales… Una nueva partida. Esta vez todos me echaron las culpas por lo mal que había repartido. Nadie parecía tener buenas cartas y en medio del desbarajuste Emmanuel acabó sus cartas el primero. Yo, un poco menos cohibido, me sumé a las felicitaciones de las dos chicas al nuevo Gran Dalmuti. Yo casi acabo segundo pero en el último momento Sara se me avanzó y Ana se quedó con 7 cartas en la mano a pesar de haber comenzado como Gran Dalmuti, a veces también pasa. - ¡La pequeña Anita! – dijo Emmanuel. - Vaya, vaya… - Ana miraba a su novio con la ceja arqueada y el apuntándolo con el dedo índice de manera amenazadora. Pero Emmanuel sonreía. – Creo que te haré hacer lo mismo que Sara me ha hecho hacer a mi… Los tres nos quedamos de piedra… La prueba que Emmanuel ponía a su novia era que moviera los pectorales delante nuestro… Lo cierto es que, en mi opinión, la velada había dado un giro muy interesante, no sé que pensaría Sara. - ¡Eso no se vale! – se quejó Ana. - ¡Eh! Las normas son las normas – dijo Emmanuel y yo asentí bajo la mirada reprobadora de Sara, a la cual respondí a su vez con una mirada de inocencia. – Venga, creo que Jaime tiene ganas de ver de que eres capaz… Sara y yo miramos con la boca abierta a Emmanuel. Su comentario había sido muy provocativo, pero absolutamente cierto. Estaba mirando a Ana como si la estuviera retándola y Ana le devolvía la mirada. - No se si deber… - empezó Sara, pero antes de que pudiera acabar la frase Ana se puso en pié y dijo: - De acuerdo, pero ya veréis a partir de ahora… - nos amenazó medio sonriendo. De su cara había desaparecido el enojo y afloraba una mueca de picardía. Parecía una niña traviesa. Yo aún no me lo podía creer, pero tan solo imaginarme lo que parecía que pasaría a continuación el corazón se me aceleró y la sangre comenzó a golpear de nuevo mi entrepierna. Poco a poco, ante la mirada de los tres, Ana comenzó a subirse la camiseta. Cuando tuvo la tela enrollada bajo los pechos y nos enseñaba sus vientre plano hizo una pausa y, mirándome, dijo: - ¿Preparados? – y sin que nadie acertara a responder levantó la camiseta por encima de los pechos y la pasó por encima de la cabeza, quedándose con ella en la mano derecha. ¿He dicho que no llevaba sujetador? Nos quedamos los cuatro callados mirando las tetas de Ana. Eran… perfectas. Destacaban provocativamente en el pequeño y fibrado cuerpo de Ana. Se mantenían erguidas, altaneras. Los pezones, excitados, sobresalían provocativos casi un centímetro del centro de unas aureolas morenas, ligeramente en forma de cono. Los pechos describían una curva suave desde el costado hasta el centro de su torso, donde apenas los separaban unos milímetros. Ese canal debía ser el paraíso. Entonces, dejando la camiseta en el suelo, se cogió las manos por delante a la altura del pubis y comenzó a mover cada pecho por separado. Uno a uno daban un pequeño salto y caían rebotando. Casi se podía intuir la firmeza de sus pechos por el temblor del rebote. Los pezones se movían arriba y abajo y los pechos se rozaban ligeramente. Los tres estábamos callados, hipnotizados por los pechos de Ana. Mi polla estaba a punto de reventar mis calzoncillos e intenté cambiar de posición sin que se notara para darle un poco de respiro. Después de mover cada pecho unas cuantas veces se rió e inclinándose hacia delante se apretó los pechos el uno contra el otro con los brazos. En ese momento pensé que me corría. Rápidamente se volvió a poner la camiseta y se sentó riendo traviesa en el suelo como Gran Pordiosera. Emmanuel aplaudió el espectáculo y enseguida me uní yo, en cuanto la presión en mi entrepierna me permitió pensar que aguantaría. Sara aplaudió tímidamente, aún hipnotizada, mirando a Ana. Me fijé que mi novia tenía las piernas apretadas. Pensé, sorprendido, que seguramente Ana había conseguido excitar a sus tres espectadores de excepción. Mientras Ana recogía las cartas y nos echaba miradas provocativas, intentamos reponernos lo suficiente para empezar una nueva partida. En el ambiente se respiraban feromonas y los cuatro estábamos muy excitados. No podíamos esperar a acabar la nueva partida y ver que prueba podría el Gran Dalmuti al perdedor. Emmanuel inició fuerte la partida como Gran Dalmuti y jugó tres manos sin que nadie pudiera echar carta. Cuando yo conseguí quitarle la iniciativa se había descartado de todas menos de una carta. Era mi turno. Conseguí deshacerme de 6 cartas antes de que Emmanuel pudiera echar la última y ganar. Él continuaría siendo el Gran Dalmuti. Quedaba por saber quien sería el Gran Pordiosero. Casi no hablábamos, nos oíamos respirar los unos a los otros, excitados. Yo había tomado ventaja suficiente y conseguí acabar segundo. Me moría de ganas por que Ana perdiese y su novio le pusiese una nueva prueba. Era una situación muy provocativa. Tan solo quedaban Sara con 7 cartas y Ana con 6. Entonces Emmanuel dijo: - ¡Un momento! Antes de que se sepa quien perderá pongo la prueba. – Los tres nos quedamos callados expectantes, Sara con una carta a punto de echar sobre la mesa. - ¡Quien pierda de las dos se la chupa al novio de la otra! – El corazón me saltó en el pecho. No daba crédito a lo que acababa de oír. Definitivamente esto había saltado de los típicos juegos de adolescentes y se parecía más a una película porno. - ¡Se acepta! – gritó Sara. Me giré hacia ella estupefacto por lo que acababa de oír. Sara, mi pareja, miraba a Emmanuel con los ojos muy abiertos, pero no a la cara precisamente. Su pecho subía y bajaba en rápidos intervalos. ¡Estaba muy excitada! No sabía muy bien cómo tomarme la apuesta de Emmanuel y mucho menos la respuesta de Sara y comenzaba a notar una comezón en la boca del estómago que o bien eran celos o el alcohol subiendo por mi esófago. Entonces noté los ojos de Ana fijos en mi. Me giré hacia ella y efectivamente, sus ojazos verdes me atravesaban. Tenía la boca levemente abierta y el alcohol había sonrojado sus mejillas de una manera muy erótica. Noté como mi polla se quedaba nuevamente sin espacio dentro de mis calzoncillos. - Vale, pero dejando las cosas claras. – Ana se puso en pié delante nuestro y nos miró con la mano extendida y el dedo índice levantado. – ¿Qué quiere decir “chuparla”? ¿Hasta donde? – Mi polla estaba tan dura que el dolor se estaba haciendo insoportable y más después de darme cuenta de las miradas que Ana le echaba al bulto de mi entrepierna cada vez que cambiaba de dirección mientras paseaba nerviosa de un lado a otro de la mesita. Miré a Sara que seguía con los ojos clavados en el Emmanuel. Al girarme hacia él pude ver claramente cual era el interés de Sara en esos momentos. Una protuberancia alargada corría a lo largo de la pierna de Emmanuel bajo el pantalón blanco de lino. Estaba tumbado en el sillón, con los brazos detrás de la cabeza y las piernas semiabiertas. En esa postura su polla debía estar en relax, de lo contrario no podría esconder la tienda de campaña. ¡Dios mío! El bulto debía tener casi un palmo de largo y el tío estaba en reposo. - Bueno… - Me había quedado sin saliva, pero algo tenía que hacer. La cosa pintaba muy mal. – antes hay que ver si todos estamos de acuerdo, ¿no? – Miré a Sara que a su vez había dejado de mirar a Emmanuel y me lanzaba una miranda furibunda, entre la ira y el reproche. - El juego es el juego, ¿no? – dijo Sara – Además, ¡no te he escuchado quejarte cuando Ana nos ha enseñado las tetas! – Sara estaba realmente excitada y no permitiría que yo le aguase la fiesta. Evidentemente se moría de ganas de verle el instrumento a Emmanuel. Y por lo que parece Emmanuel tenía mucho que mostrar. Su argumento era demoledor y mi cerebro estaba demasiado tocado por el alcohol como para pensar en una salida. - Entonces de acuerdo, ¿no? – dijo Ana. – Hay que definir qué quiere decir chuparla. - Cariño – dijo Emmanuel dirigiéndose a su novia – Tú ya sabes que quiero decir yo cuando digo “chuparla”. Quiero decir entera y hasta el final. – Por un momento me imaginé a Ana con un trozo de carne negra en la boca y mi pene volvió a hacerse notar. Yo ya no sabía como ponerme y no me atrevía a recolocarme la polla. - ¡¿Entera?! – esta vez fue Sara quien gritó. - Entera y hasta el final – repitió Emmanuel. La cara de Sara mostraba un leve asomo de miedo y no me extrañó. Tengo que decir que nunca he tenido complejos por el tamaño de mi pene. No era especialmente largo, un poco más de 15 centímetros (6 pulgadas) en su máximo apogeo, pero era bastante gordo, unos 5 centímetros de diámetro (2 pulgadas), más que la mayoría de los que había visto en las películas porno. Aunque era difícil adivinar el diámetro de la polla de Emmanuel, en longitud me superaba claramente y por lo que parecía ni siquiera estaba completamente erecta. A Sara le gustaba mucho jugar con mi polla y hacerme mamadas con las que me dejaba exhausto, pero nunca había conseguido metérsela toda en la boca, apenas había llegado un poco más allá de la mitad. Decía que le daban arcadas cuando el glande tocaba la campanilla y no podía continuar. A pesar de ello sabía utilizar la lengua de una manera prodigiosa y si se empeñaba me era imposible aguantar más de 2 o 3 minutos antes de correrme volcánicamente sobre mi barriga. Porque a Sara tampoco le hacía demasiada gracia tragarse mi esperma y tan solo una vez lo había probado mezclado con helado de chocolate. Por unos instantes la cara de Sara reflejó el miedo a enfrentarse a todo el instrumento de Emmanuel. - ¿Qué quieres decir con “hasta el final”? – preguntó tímidamente Sara. Emmanuel sonrió mirándola directamente a los ojos – “Hasta el final” quiere decir hasta que Jaime o yo nos corramos. Evidentemente sin sacarla. - Yo estaba casi paralizado pero pude ver como Sara tragaba saliva y miraba a Ana. Y Ana me miraba a mi, o más exactamente al bulto de mi entrepierna, ahora de manera descarada. Sara pudo ver lo mismo que yo. La situación era de sentimientos contradictorios. Por un lado, si ganaba Sara Ana me comería la polla y se tragaría mi semen, y esto era algo con lo que todos en la oficina habíamos fantaseado alguna vez. Pero si Sara perdía tendría que ver como mi novia le hacía una mamada a un negro de metro noventa con una polla descomunal y se tendría que tragar su esperma. Y a pesar que racionalmente las dos situaciones distaban mucho de ser iguales descubrí que me era difícil saber cual de las dos me excitaba más y que ganara quien ganara yo no podría aguantar mucho más sin correrme, y prometía ser la corrida de mi vida. - De acuerdo – Ana y Sara prácticamente hablaron a la vez. Ambas a media voz. Emmanuel y yo nos miramos. Él mantenía su sonrisa. Creo que, como a mi, las dos opciones le parecían igual de bien. - Muy bien, pues si estamos todos de acuerdo… – dijo Emmanuel mirándome, yo miré a Sara y asentí despacio mientras creía percibir un ligero temblor en los brazos de mi novia – …podéis continuar. – Acabó Emmanuel dirigiéndose a las chicas. Era el turno de Sara que tenía una carta más que Ana y salió con un 12. Quizá no tuviera más doces pero no pude evitar pensar que era una salida muy cómoda para que Ana respondiese. Ana tiró un 10 y Sara un 9 a lo que Ana dijo que no podía responder mientras me miraba. Tanto Emmanuel como yo nos dimos cuenta que ninguna de las dos quería ganar. Lo que en mi mente calenturienta se traducía en que las dos se morían de ganas de chuparnos las pollas. De nuevo Sara empezó con otro 12 quedándose con 4 cartas y dejando claras sus intenciones. Ana respondió con un 9 y Sara se plantó. Ahora las dos tenían 4 cartas y le tocaba a Ana. - Venga chicas… no se vale hacer trampas… - rió Emmanuel y Sara se ruborizó escandalosamente. Las dos estaban jugando a perder. Ninguna quería descartarse de más cartas. Ana tiró un 12, Sara un 11 y Ana un 9. Sara se plantó. Ahora Ana tenía una carta menos y además empezaba. Todo pintaba que Sara perdería. Un escalofrío recorrió mi columna mientras me imaginaba a mi novia con la polla de Emmanuel en la boca. Ana volvió a tirar un 12 y Sara un 11. Ana se quedó parada con una carta en la mano sin jugar. - Anita… ¿qué tienes? – preguntó Emmanuel. Pero Ana no respondió. Miró a Sara y poco a poco dejó caer la carta: un 9. Sara había perdido. Un calor me subió por el pecho a la cabeza. Sara había perdido. Sara le tenía que chupar la polla a Emmanuel. Toda y hasta el final. Mi pene estaba a punto de explotar. Ana se levantó y desapareció por el pasillo mientras Sara miraba a Emmanuel como embobada. Éste a su vez sonreía, tumbado en el sillón, como disfrutando de lo que estaba por venir. Yo no tenía ni idea de que hacer así que me levanté y fui hacia la cocina a buscar un poco de agua, tenía la garganta seca y mi entrepierna necesitaba un poco de movimiento o se haría un nudo. Cuando entré en la cocina me topé con Ana, tenía una mano en un botella de agua que acababa de sacar de la nevera y la otra entre sus piernas, bajo la tela del pantalón. ¡Se estaba tocando!. Enseguida me descubrió pero no retiró la mano de entre las piernas. Mientras me miraba yo veía como la mano se movía bajo la tela del pantalón. Al cabo de unos segundos en los que yo no moví ni un dedo saco la mano, cogió la botella y se dirigió hacia mi. Se detuvo a mi lado, junto a la puerta de la cocina y me cogió con fuerza el paquete por debajo de los huevos mientras me susurraba al oído – Será mejor que no nos perdamos el espectáculo. Promete. – Y salió de la cocina. Yo me quedé aún un minuto más en la cocina, no tanto por evitar sospechas si salíamos los dos juntos (¡que importaban las sospechas: mi novia le iba a comer el rabo a su novio!) si no por recuperar el aliento y bajar un poco la hinchazón. Cuando recuperé lo primero (lo segundo era imposible) salí de la cocina y fui al comedor. Sara continuaba en el sofá, junto a ella se había sentado Ana que me miró a la cara y después al paquete. Emmanuel se había levantado y estaba enfrente de las chicas con las manos en los bolsillos. Yo me senté en la butaca y alargué la mano hacia la botella de agua que había traído Ana. Cuando me giré hacia Emmanuel tenia su entrepierna a la altura de los ojos, a menos de un metro. Bajo el pantalón pulsaba su instrumento. - Antes de nada – comenzó Emmanuel – quiero que quede claro que todo esto lo hacemos voluntariamente, y aunque sea fruto de una apuesta, entiendo que os podáis negar. – Me estaba mirando directamente a mi, su sonrisa había desaparecido. Yo le devolví la mirada y me giré hacia Sara esperando percibir alguna señal. Estaba paralizada, con los ojos abiertos de par en par. El pecho le subía y bajaba en cortos intervalos. A su lado Ana también la miraba. Le puso la mano en el hombro para llamar su atención. El contacto de la mano de Ana provocó que Sara diese un pequeño respingo. Miró a Ana, después a mi y, por fin, dirigiéndose a Emmanuel, asintió con la cabeza. Yo también me giré hacia él y dije “ella decide”. Mi comentario me hizo sentir como un cobarde. - De acuerdo entonces. – Emmanuel recuperó la sonrisa. Sacó las manos de los bolsillos y agarrando la camiseta por los costados se la sacó por encima de la cabeza volviéndonos a mostrar sus perfectos abdominales y sus espectaculares pectorales. Después, dejando la camiseta sobre la mesa, puso las manos en la cintura con los pulgares bajo la tela de los pantalones, preparado por bajárselos. Hizo una pausa mirándonos. Yo tragué saliva, con la mirada fija en su entrepierna, donde en breves instantes aparecería por fin la polla de Emmanuel, libre ya de la tela del pantalón. – ¿Preparados? – No creo que nadie fuera capaz de responder ni sí ni no y Emmanuel, tomando nuestro silencio por un sí, comenzó a tirar lentamente de la tela hacia abajo. Sus músculos oblicuos se marcaban claramente a ambos lados de la cintura, en forma de V, apuntando directamente a su entrepierna. Poco a poco dejó al descubierto un bello púbico negro, corto y rizado, enganchado a su negra piel, cuyos contornos quedaban perfectamente definidos en su bajovientre. Seguía bajándose los pantalones de manera exageradamente lenta, manteniendo el suspense como su fuera un mago a punto de realizar un gran truco. En el comedor no se oía ni un suspiro, los tres estábamos aguantando la respiración. La V de su entrepierna se comenzó a estrechar hasta que apareció el cuello de su pene. Continuó bajándose los pantalones y ante nosotros se desplegaron centímetros y centímetros de carne oscura. La tensión del elástico del pantalón sobre la polla de Emmanuel hacía que esta se apretase entre sus piernas, cayendo en vertical como una tercera extremidad. En comparación con los desarrollados cuadriceps del novio de Ana parecía estrecha, pero debía ser tan ancha como la mía, o quizá más. Aunque lo que más me estaba impresionando es que parecía no acabarse nunca. Emmanuel continuaba bajándose los pantalones centímetro a centímetro y más y más carne aparecía ante nuestros ojos. Por fin, tras una nueva pausa, dejó al descubierto su glande y la polla, ya libre del pantalón dio un bote y se separó unos centímetros de la pierna balanceándose levemente adelante y atrás. Emmanuel acabó de bajarse los pantalones y cuando levantó los pies uno a uno para sacarlos por las perneras su polla describió el movimiento de un péndulo chocando contra sus muslos. Yo solo tenía ojos para el enorme miembro de Emmanuel y solo puedo suponer que Sara debía estar igual de atónita y quizás aún más nerviosa. El miembro de Emmanuel era grande. Realmente grande. Debía tener quizá 6 centímetros (2,4 pulgadas) de diámetro pero parecía más estrecha debido a que se alargaba y le caía casi hasta dos tercios de la distancia a las rodillas describiendo un arco hacia delante. Una gruesa vena lo recorría desde el cuello hasta más allá de la mitad de su longitud. Con cada latido de su corazón ésta se llenaba de sangre y el pene palpitaba obscenamente. En total debía medir cerca de los 25 centímetros de largo (casi 10 pulgadas). Era formidable. Después de un minuto en que nadie dijo nada, todos con los ojos fijos en la polla de Emmanuel, pude girarme y ver como Sara tenía las manos en la cara tapándose boca y nariz y los ojos desorbitados. Ana sonreía excitada, mirándonos a los dos mientras sostenía un baso de agua apoyado sobre su pierna. Pude ver que el agua vibraba ligeramente y periódicamente con la respiración excitada de mi compañera de trabajo. - Sara… - mi novia dio un respingo asustada por la voz de Emmanuel – ven aquí. – No sonó como una orden, más bien lo dijo en el mismo tono en el que alguien te llamaría a su lado para explicarte un secreto. Con un toque de misterio. Sara me miró durante unos segundos antes de apoyar las manos sobre el sofá para levantarse. Despacio rodeó la mesita y se puso en pie delante de Emmanuel. Así quietos los dos, frente a frente, con los brazos caídos al lado del cuerpo, el contraste entre mi novia, ligeramente morena de la playa, en tejanos y con la su blusa blanca, con el cuerpo desnudo y negro azabache de Emmanuel era brutal. Él era mucho más alto y los ojos de ella quedaban justo por encima de sus pectorales. - Ponte de rodillas. – La excitación me hormigueaba en el estómago y la presión en mi entrepierna volvía a ser inaguantable. Sara volvió a tragar saliva y flexionó las piernas clavando en el suelo primero la rodilla derecha y luego la izquierda. Su cara, con la boca semiabierta y los ojos como platos quedó a tan solo un palmo del gigantesco y pulsante instrumento de Emmanuel.- Ahora cógelo suavemente. – Sara miró hacia arriba, buscando la mirada del senegalés. Volviendo la mirada al frente alzó el brazo derecho y agarró la verga de Emmanuel son su blanca mano. Sorprendida tuvo que hacer más fuerza para poder levantarla. La polla de Emmanuel se irguió entonces superando el palmo de distancia que había hasta la cara de mi novia. El sonrosado glande, que no sobresalía mucho del ancho tronco de la polla, quedó entonces a dos o tres centímetros de la boca de Sara. - Humedécete los labios – dijo Emmanuel y Sara paseó su lengua por sus labios con cara de vicio y excitación. - Ahora haz un poco de saliva, así será más fácil. – Sara cerró la boca y exprimió sus glándulas salivares. Cuando volvió a abrirla su lengua se posó sobre su labio inferior y Ana y yo pudimos ver como se formaba un pequeño charco de saliva en su concavidad. – Abre un poco más la boca… así. Ahora pon la punta sobre tu lengua. Quiero que la humedezcas bien todo alrededor. – Al contacto del capullo de Emmanuel sobre su lengua Sara tembló ligeramente y cerró los ojos momentáneamente. Emmanuel introdujo apenas la mitad el glande en su boca entreabierta y los labios se cerraron sobre él. El novio de Ana retiró un par de centímetros su polla hasta que perdió contacto con la punta de la lengua de Sara antes de volver a introducirla en su boca, esta vez un poco más adentro, hasta que prácticamente todo el glande desapareció en su boca obligándola a abrirla más. – Utiliza la lengua Sara. – le rogó Emmanuel. Su voz sonó más excitada y noté como el miembro pulsaba con más fuerza, había ganado en rigidez y quizá algún centímetro. Cuando Emmanuel volvió a sacar el glande de la boca de mi novia éste salió brillante y un hilo de saliva quedó colgando entre la punta del capullo y su lengua. Sara, que continuaba sosteniendo el miembro de Emmanuel, la dejó ir y la polla se mantuvo en la misma posición, completamente perpendicular al vientre de su dueño y apuntando directamente a la boca de mi novia. Aquello era monstruoso. - Abre todo lo que puedas la boca. – dijo él volviendo a acercar su capullo a los labios de Sara. Vi como Sara volvía a humedecerse lo labios y abría aún mas la boca justo a tiempo de recibir más centímetros de polla negra. Con una pequeña presión Emmanuel introdujo el glande y dos o tres centímetros de polla en la boca de Sara. Ella tenía los ojos abiertos como platos y fijos en el pasillo de carne que se extendía ante ella. Sus labios se estiraron alrededor del perímetro del negro instrumento. ¡Parecía que no daban a más y Emmanuel tan solo se había introducido 6 o 7 centímetros de polla en su boca! Realmente debía ser mucho más ancha que la mía, sobretodo ahora que estaba completamente llena de sangre. Emmanuel aún lo intentó una vez más, sacando la polla de la boca de Sara y volviendo a introducirla. Suavemente pero sin parar consiguió introducir algún centímetro más antes de volver a sacarla. Ana y yo podíamos ver claramente como la parte húmeda de saliva era aproximadamente un tercio de la longitud del miembro de Emmanuel. - Ana, trae un poco de crema de coco, por favor. – Dijo Emmanuel. Ana se levantó y pasando junto a ellos desapareció por el pasillo. Sara estaba paralizada, con la boca aún abierta y los ojos fijos en el miembro negro de Emmanuel, respiraba pesadamente, intentando recuperar el aliento. Él la miraba sonriendo pero con la frente ligeramente perlada de sudor. Desde mi posición no podía sino maravillarme de la constitución de ese dios de ébano. De perfil sus pectorales sobresalían sobre su vientre donde sus abdominales se marcaban como dunas en el desierto. A los costados, los músculos oblicuos se marcaban sobre el lateral de los glúteos y acababan en el cuello de su poderosa verga. En los muslos los cuadriceps marcaban sus cabezas claramente sobre su rodilla y los gemelos parecían permanentemente en tensión. En su cuello se iniciaba en un trapecio poderoso que hacia los lados se unía a unos brazos fibrados, con un deltoides prominente y unos bíceps y tríceps largos y tersos. La espalda describía una poderosa curva alrededor de los omoplatos y caía en vertical hasta su culo. Era impresionante la perfecta semicircunferencia que describían sus glúteos desde la rabadilla a la parte posterior de los muslos. Después de repasar sin pudor su anatomía mis ojos se detuvieron en su entrepierna, donde desde mi perspectiva apenas se podían distinguir entre la negrura dos grandes testículos colgando varios centímetros por debajo de la polla. En ese momento me hubiera levantado para comprobar de más cerca el tamaño de sus huevos pero a pesar de que mis ojos no paraban de pasearse por su piel mi cuerpo estaba completamente inmovilizado. Ana regresó con una barra de crema de coco en la mano y se arrodilló junto a Sara. Como si fuera indiferente a la impresionante polla de Emmanuel que se sostenía mágicamente en el aire, Ana hizo girar el tubo entre sus dedos y resiguió con las barra los labios de Sara varias veces, de manera que dejara una gruesa capa de crema de coco sobre ellos. Sara se dejó hacer abriendo bien la boca para que Ana pudiera rellenar todas las grietas de sus labios. Cuando acabó le puso la mano en el hombro y la miró a los ojos animándola. Sin apenas darle tiempo a Sara a hacer una bocanada Emmanuel volvió a acercar su polla taponando su boca. La novia de Emmanuel se quedó detrás de ellos sentada sobre los tobillos. Emmanuel utilizó ahora una técnica diferente para mejorar la lubricación de la saliva de Sara y la crema de coco. Empezó introduciendo su polla en la boca de Sara hasta un centímetro del máximo que había conseguido la vez anterior y entonces la retiró un par de centímetros o tres antes de volverla a empujar dentro de su boca. Repitió el proceso varias veces, permitiendo que los labios de Sara cogieran elasticidad. Era como si le estuviera follando la boca suavemente. Cuando Emmanuel notó que los labios de Sara se estiraban más comenzó a introducir un poco más de su negra polla en la boca de ella con cada embestida a la vez que aumentaba el ritmo con que le follaba la boca llevado por una excitación cada vez mayor. Estaba siendo un espectador de excepción de cómo el enorme novio negro de Ana introducía varios centímetro de su gigantesca polla en la boca de mi novia. El ritmo era de una acometida por segundo y Sara comenzaba a dar signos de ahogo. Había vuelto a cerrar los ojos y tenía el ceño fruncido. Para mantener el equilibrio había alzado las manos y se había cogido con fuerza a los muslos de Emmanuel, lo cual provocó que éste tuviera un punto más de apoyo para entrar con más fuerza. Hasta que Sara no pudo más y palmeando insistentemente el muslo de Emmanuel le obligó a liberar su boca antes de doblarse mientras le sobrevenían las arcadas. A pesar de la cena y de la cantidad de alcohol que había tomado Sara consiguió no vomitar y poco a poco, con la ayuda de Ana que continuaba a su lado, se sobrepuso y volvió a erguir el cuerpo y plantar la cara ante la polla de Emmanuel mientras respiraba con fuerza. Regueros de saliva caían de la comisura de sus labios hacia la pernera del pantalón. Miró sorprendida la polla de Emmanuel. La marca de saliva estaba aproximadamente en la mitad del tronco del enorme miembro del senegalés. Era más o menos la misma longitud que Sara era capaz de tragarse de mi polla, pero sin tantos problemas y cuando lo conseguía los pelos de mi pubis le hacían cosquillas en su nariz. ¡Ahora había sufrido para quedarse tan solo a la mitad del camino! “Toda y hasta el final”. Las palabras de Emmanuel resonaron en mi cerebro. Era imposible que Sara pudiera tragarse toda esa carne. - Habrá que hacerlo de otra forma – dijo entonces Emmanuel negando con la cabeza. No tenía ni idea de a qué otra forma se refería. Para mi que la boca de Sara tenía una capacidad dada y no habría manera de que se metiera toda su polla. Ayudó a Sara a levantarse y aún sin haber recuperado una respiración tranquila la acompañó al sofá.- Túmbate boca arriba, por favor, con la cabeza hacia el sillón. – Sara se tumbó, con la cabeza recostada en el brazo del sofá y el cuerpo estirado sobre las tres piezas del mismo. Ana se acercó y se sentó en la esquina de la mesita frente a mí, mientras Emmanuel, paseando su verga, daba la vuelta por detrás de mí y se plantaba junto al sofá, con la polla sobre la cabeza de Sara. Creo que me di cuenta antes yo de lo que pretendía Emmanuel que Sara. Cuando Emmanuel pidió a Sara que trepase un poco apoyando la nuca en el reposabrazos y dejando caer la cabeza por el lateral del sofá ella también cayó en la cual era la “otra manera”, justo cuando se vio con la cabeza entre las piernas de Emmanuel y su enorme polla a escasos centímetros sobre sus ojos. - Abre la boca, cariño – dijo Emmanuel suavemente y Sara obedeció. Ahora tanto Ana como yo estábamos mucho mas cerca, a medio metro escaso de la acción. Yo podía oler la piel del senegalés y ver perfectamente los pequeños capilares rojos en los ojos y las mejillas de mi novia. Sara abrió la boca todo lo que pudo, dejando al descubierto dos hileras de blancos dientes. Debido a la pausa el miembro del senegalés se había relajado un poco y volvía a colgar obscenamente de su bajovientre. El sofá era un poco bajo y Emmanuel se apoyó en el respaldo para flexionar ligeramente las piernas y acercar la punta de su polla a la boca de Sara de nuevo. Al acercar el glande a la boca erró y golpeó con la punta la nariz de Sara que dio un respingo pero rápidamente situó el capullo dentro de la boca, esta vez apoyado contra el paladar de mi novia. Entonces Emmanuel comenzó de nuevo a introducir su polla en la boca de Sara, centímetro a centímetro, poco a poco. Yo veía como sus glúteos se contraían empujando la polla al interior de Sara. Gracias a la nueva postura consiguió introducir casi la mitad de su polla en la primera y suave embestida antes de notar resistencia. La sutileza de Emmanuel había permitido que Sara regulara su respiración por la nariz abriendo y cerrando las aletas rítmicamente. Emmanuel sacó todo el miembro de la boca, rebosante de saliva, y flexionó un poco más las rodillas. Ahora su polla quedaba dentro de la boca de Sara sin posibilidad de maniobra. Ella también se acomodó para permitir que el miembro de Emmanuel entrase más suavemente. Emmanuel volvió a embestir con más fuerza introduciendo casi de golpe todo el trozo de carne que Sara ya conocía en su boca. Entonces comenzó a follarla de nuevo, dejando salir cuatro o cinco centímetros e introduciendo un poco más de polla con cada acometida. En seguida Sara notó como la punta del pene de Emmanuel chocaba contra su campanilla e hizo señales de que parara espantada. Emmanuel se detuvo, retiró la mano del respaldo del sofá, la puso sobre su mejilla y comenzó a acariciarla mientras susurraba un “ssshhhh” para que se calmase, pero si sacar la mitad de su miembro de la boca de ella. Desde la posición de Sara no podía ver la cara de Emmanuel, únicamente tenía un primer plano de sus huevos a escasos centímetros de sus ojos. Entonces Emmanuel tensó los músculos de los glúteos y empezó a presionar con firmeza contra la garganta de Sara. Mi novia comenzó a emitir ruidos guturales que a duras penas se oían a través del tapón que hacía la polla de Emmanuel en su boca. Con las manos agarraba con fuerza los cojines del sofá y pataleaba con los pies. Todo en ella transmitía un angustia total por quedarse sin aire. Pero yo no era capaz de parar eso. Miré a Ana y vi como se había bajado la cremallera del pantalón y se estaba masturbando sin separar los ojos de la polla de su novio. Completamente ido volví a mirar a mi novia justo a tiempo de ver como su cuello se dilataba. Emmanuel estaba venciendo la presión de la garganta de Sara, había superado la campanilla y tan solo eran visibles 5 o seis centímetros de polla fuera de su boca. Sara estaba completamente agarrotada, con la boca desencajada. Instintivamente había arqueado la espalda para acoger el intruso en su garganta y tenía las fosas nasales completamente abiertas. Pero Emmanuel, ahora que tenía acceso libre, continuó hundiendo su polla en la garganta de Sara. Yo miraba boquiabierto como iban desapareciendo los centímetros en su boca, como sus huevos se restregaban por la cara mi novia. Hasta que toda su polla desapareció. Con 25 centímetros de polla negra insertada en mi novia Emmanuel se detuvo y sonrió mirando a Ana, que continuaba masturbándose. – Toda – dijo en tono de victoria. – Ha costado, ¿eh bonita? – No supe si se lo estaba diciendo a Sara o a Ana. Pero mostraba una sonrisa triunfal. – Ahora falta la segunda parte. – y me miró a mí. Yo le devolví la mirada. Creo que vio la excitación en mis ojos porque su sonrisa se hizo más grande. - Y hasta el final – dije yo recordando la prueba. Emmanuel estaba dispuesto a follar la boca de mi novia hasta el final, hasta correrse en su garganta. La idea me excitó tanto que olvidé mi pudor y dirigí mi mano a mi entrepierna. Ana me miraba insistentemente y eso aún me excitó más. Sin poder aguantar ni un segundo más me bajé la cremallera y liberé mi polla por el lateral del slip. En ese momento me pareció gigantesca. Estaba roja, dolorosamente rígida y quemaba. El contacto con el exterior fue tan agradable que sonreí de placer sin dejar de mirar a Ana que tenía los ojos fijos en mi miembro. Me cogí ostentosamente el miembro con la mano derecha y volví mirar a Sara. Emmanuel había comenzado a retirar unos centímetros de polla de la garganta de mi novia. Cuando hubo sacado unos centímetros volvió a embestir con fuerza hasta el final, ahora ya sin resistencia alguna. Repitió el proceso otra vez, y otra, cada vez más rápido. Enseguida le estaba metiendo carne a diez centímetros por segundo. Yo comencé a masturbarme igual que hacía Ana y enseguida acoplé mi ritmo a las acometidas de Emmanuel. Ana empezó a gemir lujuriosamente a punto de llegar al orgasmo. Emmanuel también respiraba aceleradamente, con la mirada fija en como su propia polla aparecía y desaparecía en la boca de mi novia. Cada poco tiempo Emmanuel retiraba la mitad de su miembro para que Sara pudiera respirar brevemente por la nariz antes de volver a enterrarlo en su boca, golpeando fuertemente con las pelotas su cara. Sara había dejado de sollozar y arquea la espalda con los pies apoyados en el sofá. Sara hacía eso cuando estaba a punto de correrse. Era evidente que también estaba muy excitada y el miedo había dejado paso a la lujuria. Las pelotas de Emmanuel golpeaban ruidosamente contra sus ojos cada vez que éste le endiñaba la polla hasta el fondo. Las embestidas de Emmanuel cada vez se aceleraban más y le costaba mantener el equilibrio. En una de estas se dejó caer hacia delante apoyando las manos sobre los pechos de Sara que a su vez cayó sobre el sofá. El efecto fue que la polla de Emmanuel se introdujo salvajemente en la garganta de Sara, más de lo que lo había estado antes, con lo huevos apretujados contra su nariz. Emmanuel aprovechó para romperle la blusa y meter las manos bajo el top. Sara y Ana gritaron de placer a la vez. Ana estaba teniendo un orgasmo, con la mano derecha se masajeaba el clítoris y con la izquierda se apretaba el pecho derecho con fuerza. Yo tenía la mano húmeda y mi polla resbalaba frenéticamente en el agujero de mi mano. Estaba a punto de correrme cuando los gritos de Sara me llamaron la atención. Cada vez que la potente verga del senegalés se hundía en la garganta de Sara ésta gemía con pasión. Había elevado el culo sobre el sofá apoyándose en los pies y movía la pelvis al ritmo de las embestidas de Emmanuel, que continuaba follándola salvajemente mientras le estrujaba los pechos uno contra el otro, ya libres del top, con los ojos fijos en ellos, como si además de la boca le estuviera follando las tetas. Las arremetidas de Emmanuel se aceleraron aún más mientras Sara estallaba en un gemido continuo, elevando la cintura hasta donde sus piernas le permitían. La visión del éxtasis de Sara provocó un nuevo orgasmo de Ana, que gritaba sin tapujos a la vez que arrastraba su culo sobre la mesa y se apretaba los pechos desnudos como si le faltasen manos. En medio de esa bacanal de gemidos se oyó entonces el grito ronco de Emmanuel, que hincó brutalmente la polla en la garganta de mi novia apretando con los riñones y los glúteos contraídos. Sara, a pesar de tener la cara hundida bajo los huevos de Emmanuel, alzó las manos y, cogiéndole de los muslos aumentó la fuerza de la penetración, como si ella fuera la cazadora y no quisiera que se le escapase ni un milímetro de su presa. Con la polla hundida en la garganta los espasmos del orgasmo de Emmanuel eran caramente visibles en el cuello de Sara. Me imaginé los chorros de esperma espeso y caliente que el senegalés estaba escupiendo directos al estómago de mi novia. Una tras otra se sucedían las convulsiones de su polla sin que ninguno de los dos cediera ni siquiera un milímetro. Sin poder aguantar ni un segundo más me corrí violentamente, sin fijarme siquiera donde iba a parar mi eyaculación pero notando el intenso calor que con cada espasmo me quemaba por dentro. Acompañado de los gemidos insistentes de Ana me pareció que mi orgasmo duraba minutos hasta que noté como el semen me resbalaba por la mano. Increíblemente el pene de Emmanuel continuaba pulsando en el cuello de Sara, eyaculando esperma. Mi novia continuaba con las manos en los muslos de él pero ya no hacía fuerza. Tenía la cara roja por la falta de oxígeno. Tras la última convulsión, Emmanuel aún dejó su instrumento hundido unos segundos más en la garganta de Sara antes de empezar a retirarlo poco a poco, gozando con los ojos cerrados de las sensaciones del suave roce del interior de la boca de Sara en su pene hipersensible. Cuando acabó de sacarlo volví a maravillarme del tamaño de su instrumento y de que toda esa carne hubiera estado en la boca de Sara. La polla de Emmanuel estaba reluciente de saliva y de la punta de su capullo aún caían las últimas gotas de su eyaculación, que fueron a parar al paladar y la nariz de Sara. Ésta, después de un estertor para recuperar aire intentó elevar la cabeza con dolor. La posición y la tensión acumulada en el cuello había hecho que se le agarrotase. Cuando consiguió sentarse en el sofá se pasó la mano por la cara recogiendo las mucosidades que rezumaban de su boca y su nariz a la vez que continuaba respirando con fuerza intentando recuperar el aliento. Después de aquel festival de gemidos llegó el silencio. Ana continuaba sentada en la esquina de la mesita con las piernas abiertas. Mantenía la mano hundida en su entrepierna y el pantalón estaba completamente mojado. Avergonzado comprobé como mi esperma había salpicado sus piernas y gruesos chorretones caían por su plano vientre, pero ella parecía que ni siquiera se había dado cuenta y continuaba agarrándose el pecho. Yo también estaba paralizado, con el pene encogiéndose en mi mano y los pantalones perdidos de semen. Sara me miraba con cara sorprendida, no sé si por lo que acababa de hacer o por toda la situación. Había apoyado la mano en su vientre y pensé que estaba dándose cuenta de que acababa de tragarse completamente la interminable corrida de Emmanuel. En medio de ese silencio oímos sorprendidos la voz de Emmanuel. - Muy bien… prueba superada. – Los tres nos giramos hacia él. Su enorme polla, reluciente de saliva, colgaba entre sus piernas impúdica. De la punta continuaban cayendo gotas de saliva mezcladas con semen que manchaban la alfombra. Riendo nos miró y dijo: - ¿Qué? ¿Continuamos jugando?. FIN 31 de Agosto de 2006