Author: Tod Natürlich
Title: Primos
Part: 5
Summary: Consideras las visitas semanales a casa de tus abuelos aburridas. 
Hasta que tus primas te muestran que hay cosas en qué ocuparse.
Keywords: Mf gi fant 1st cons inc cous
Language: Spanish


===== Primos =====

*** Invitación de Rodri ***


Varias semanas pasaron así, y antes que te dieras cuenta llegaron las 
vacaciones. Con ellas tuviste mucho tiempo libre entre semana para pensar en 
tus actos, y planear estrategias en voz alta para evitar encontrarte a solas 
con Ana, al mismo tiempo que planeabas cómo sí hacerlo en voz baja. Pero fue de 
nuevo el destino quien te ayudó, u obstruyó, ya que un buen día, mientras leías 
tu correo electrónico, tu mamá te anunció que Cesar, Ana y tus tíos habían ido 
de vacaciones a visitar a unos familiares, y que no volverían por algunas 
semanas. Aquello fue un golpe duro, pero decidiste que era una señal para dejar 
de una vez por todas, y mientras aún podías, aquella malsana relación.

Fue por eso mismo, además de tus gustos personales, que aceptaste una 
invitación a dormir de parte de tu tía materna, Patricia. Vivían en la ciudad, 
pero a más de una hora de viaje, por lo que no los veías muy seguido, aunque de 
cada diez llamadas telefónicas recibidas en tu casa cinco eran de ella. 
Patricia tenía dos hijos. Diana, dos años menor que tú, pero aparentaba mucha 
mas edad que sus 15 años, era una muchacha extrovertida y madura, segura de si 
misma y muy divertida. Recordabas haber jugado con ella cuando era una niña, 
pero ahora ella prefería salir con sus amigas o su novio a estar con la 
familia, siempre se vestía con esmero y debías reconocer que era de las 
muchachas mas guapas que conocías. Pero no era ella quien te había invitado, 
sino su hermano pequeño, Rodri.

Rodri era un año mayor que Ana, y según la opinión de Diana, lo peor que le 
podía ocurrir al mundo. A ti te caía muy bien, y al parecer el sentimiento era 
mutuo, pues siempre decía que eras su primo favorito. No sabías lo que habías 
hecho para ganarte ese apelativo, pero te agradaba. Jugar con Rodri era 
divertido y sin duda te quitaría de la mente cualquier otro pensamiento, tratar 
de seguirle el ritmo a un niño de once años es una labor que requiere cada 
segundo de cada minuto de cada hora del día. En parte por eso te había llamado 
tu tía, Rodri salía de vacaciones junto contigo, mientras que Patricia tenía 
que trabajar y Diana todavía tenía escuela.

El primer día que pasaste allá fue muy divertido, considerando que Rodri y tú 
tenía la casa para ustedes solos. Sólo tenías que cuidar que Rodri no 
destruyera nada importante y seguir sus juegos dentro y fuera de la casa, cosa 
que te agradaba bastante. Jugaron con sus videos, salieron en bicicleta y 
jugaron baloncesto. Comieron cuando Patricia regresó del trabajo en la tarde, y 
cuando tu tía se retiró volvieron a jugar. En todo el día no viste ni rastro de 
Diana, había salido antes que tú llegaras y su mamá dijo que probablemente no 
regresara hasta ya de noche.

Si de Rodri hubiera dependido no hubieran dormido aquella noche, jugando 
Nintendo o Play Station. Pero su mamá fue clara al respecto y los mandó a 
dormir. Ya que vivían en una casa no muy grande habían de repartirse las 
habitaciones. Diana se apoderó de la suite en el piso de arriba, y Rodri había 
elegido uno de los cuartos del piso bajo. Su mamá, tratando de ser 
condescendiente, dormía en el otro cuarto de la planta baja, por lo que el 
cuarto de las visitas era el cuarto pequeño, casi ático, en el segundo piso.

Rodri y su mamá se durmieron temprano. Una por cansancio y el otro por que lo 
obligaron, tú te quedaste pensado un rato antes de dirigirte a la cama, y no 
bien habías caído dormido cuando escuchaste que la puerta del cuarto frente al 
tuyo se abría: Diana había llegado. Trataste de volver a dormir, pero tras 
girar varias veces en la cama aceptaste que no lo lograrías. Notaste que tenía 
que ir al baño, y pensando que tal vez tras levantarte y acostarte de nuevo el 
sueño regresaría saliste de la cama.

Tardaste en acostumbrarte a la oscuridad, pese a lo cual llegaste al baño sin 
problemas. Ya ibas de regreso a tu cuarto cuando escuchaste ruido que venía del 
otro lado del pasillo, de la puerta de tu prima Diana. Te acercaste con 
curiosidad y escuchaste con atención. Podías oír movimientos armónicos y 
repetitivos, acompañados de ves en cuando por un gemido leve o el sonido de las 
sábanas al moverse. Ya suponías lo que ocurría, pero por costumbre colocaste la 
mano sobre la puerta, y ésta se abrió hacia adentro chirriando.

Todos los ruidos pararon al instante, y antes de que tu prima dijera algo 
hablaste en voz queda:

---Disculpa, no sabía que te estabas masturbando ---dijiste nervioso---, me voy 
a mi cuarto a hacer lo mismo ---añadiste tratando de romper la tensión. Siempre 
habías hablado francamente con Diana, la considerabas una muchacha muy lista, y 
ella también confiaba en ti. Y aunque no habían platicado de sexo antes, 
suponías que no se molestaría por tu comentario.

---Espera ---te dijo desde dentro. Oíste que se levantaba y movía algunas 
telas, antes de levantarse y abrir la puerta completamente---, fue mi culpa, 
debí cerrar bien la puerta ---podías escuchar su rápida respiración, prueba de 
su anterior excitación---. Por qué no entras, no nos hemos visto en todo el día 
---te ofreció tras un momento de silencio.

Entraste y ella cerró la puerta tras sí para luego encender la luz. El brillo 
de la habitación te cegó un momento, pero finalmente lograste enfocar tus 
entornos. El cuarto de Diana no había cambiado desde aquella tarde cuando Rodri 
usó una pluma para forzar la puerta y robarle un lápiz de cejas. Lo que llamó 
tu atención fue tu prima, había crecido bastante desde que la vieras, era 
apenas cinco centímetros mas baja que tú, delgada y morena, con el cabello 
negro y rizado que caracterizaba a tu familia, y un rostro suave y redondeado. 
Se había quitado el maquillaje y no se había molestado en peinarse, además de 
que se había echado encima las cobijas de la cama para cubrirse, pero nadie 
podía negar que era una hermosa muchacha.

---Hacía mucho que no nos visitabas ---dijo al fin.

---Mucho menos de lo que tú me has visitado ---le contestaste sonriendo. Diana 
también sonrió, se sentó en la cama y te invitó a sentarte. Obviamente quería 
decirte algo.

---Entonces ---comenzó---, ¿tú también te masturbas? ---preguntó al fin, y 
viste que el rubor subía aún más en su rostro. Era algo raro, pues normalmente 
Diana podía hablar de cualquier cosa sin pena ni gloria.

---Si ---respondiste al fin---, hasta donde lo entiendo cualquier persona sana 
lo hace ---añadiste.

---Si, ya sé ---dijo Diana sonriendo---, pero es que con todas las normas 
sociales en que vivimos es difícil creerlo ---dijo mucho más suelta, como era 
su forma normal de ser. Sin embargo pronto el color se le subió de nuevo al 
rostro---. ¿Y alguna vez... lo has hecho? ---preguntó de nuevo, sin mirarte a 
los ojos.

La pregunta te tomó por sorpresa, aunque no demasiada, dados los tintes de la 
conversación. Imágenes de todo lo que habías hecho con tus primitas pasaron por 
tu mente. No podías decírselo, pero no querías mentirle.

---¿Tener sexo? ---respondiste al fin---, no... ---tomaste aire---, no todo al 
menos ---tragaste saliva al ver que los penetrantes ojos negros de tu prima 
escrutaban los tuyos---. ¿Y tú? ---preguntaste al fin, intentando esquivar su 
mirada.

---No, tampoco ---respondió más con desgana que con vergüenza---, mi novio y yo 
nos hemos besado y tocado un poco, pero nada más. Mi mamá me prohibió cualquier 
cosa y me vigila. Pero mi novio quiere hacerlo y... yo también ---levantó la 
cabeza en un gesto que conocías de decisión---, y voy a hacerlo, no importa lo 
que mi mamá diga ---terminó.

Estabas sin palabras (aunque con una gran erección). Miraste su rostro y 
notaste que el rubor había vuelto, pero no por la vergüenza, al parecer la 
charla la estaba excitando, o tal vez era remanente de sus actividades previas 
a tu intromisión.

---Bueno ---dijiste al fin---, bien por ti, creo que tengo que ir a mi cama 
---añadiste, pero Diana te interrumpió.

---No tienes novia, ¿verdad? ---preguntó mirándote a los ojos. No esperó a que 
le respondieras---, no, se ve que no ---se levantó olvidando las cobijas en la 
cama. Vestía un camisón largo color azul cielo que dejaba en claro la forma de 
sus senos, pequeños pero firmes y salientes---. He pensado que... pues mi novio 
tiene ya experiencia en esto. Y tú sabes que no me gusta estar en desventaja. Y 
pues pensé que sería bueno tener práctica de lo que sería ---hizo una pausa en 
su tren mental para mirarte, aún sentado en la cama---, y como tú tampoco 
tienes mucha experiencia creo que podríamos... practicar un poco ---terminó---, 
Si tú aceptas, claro ---remató algo preocupada

---¿Sexo? ---preguntaste atónito---, ¿tú y yo? ---no podías asimilar lo que 
había dicho---, ¿aquí? ---terminaste con la boca abierta.

---¡No! ---contestó ella rotundamente, cerrándote la boca con la mirada---, no 
todo, quiero decir ---habló más suavemente---. Quiero darle mi virginidad a mi 
novio ---se sonrojó al decir aquello y se llevó las manos al rostro---, pero 
quisiera ver los... las partes... masculinas en vivo ---continuó---, entender 
qué les gusta y qué no, cosas por el estilo ---terminó sentándose en la cama, 
cubriéndose el rostro con las manos, sabías que debías estar completamente 
roja, tú nunca te hubieras atrevido a decir aquello, y aún que conocías la 
expresiva personalidad de tu prima te sorprendió su discurso.

Tragaste saliva para humedecerte los labios, secos como el desierto desde que 
comenzara la plática.

---Cualquier hombre que no salte sobre ti si le dices eso es que es gay o está 
aterrorizado.

Diana se quitó las manos de rostro y te miró medio asombrada, estaba tan roja 
como te la imaginabas, una leve sonrisa, que la hizo ante tus ojos la criatura 
más hermosa del mundo, se dibujó en sus labios y su mano se extendió hasta 
posarse sobre la tuya.

---Pues no saltaste sobre mí ---te dijo dulcemente, y pareció que el rubor 
subía aún más. De pronto su mano te parecía como algo caliente, y la ligera 
pijama que vestías te parecía un atuendo tan caluroso como un abrigo en pleno 
verano---. Y supongo que te agradezco eso ---dijo mientras cerraba los ojos y 
dejaba que su rostro se acercara al tuyo.

Lo que hiciste no lo pensaste, no pensaste en las consecuencias ni en nada más. 
Simplemente te dejaste llevar hasta que tus labios tocaron los suyos. Fue un 
beso suave y tierno, sentiste sus labios y te dejaste llevar por la maravillosa 
sensación. Habías oído acerca del "beso francés" y cosas por el estilo, pero 
para ti aquel fue un beso perfecto.

Poco a poco abriste tu boca para abarcar más de ella y tu prima hizo lo mismo. 
Giraste la mano que tenías en la cama y tomaste la de tu prima, mientras con tu 
otra mano comenzabas a acariciar los hombros de tu prima. Ella fue más 
aventurada, ya que su mano fue a posarse directamente en tu entrepierna, donde 
tu erección era claramente visible. Al sentir sus dedos sobre tu miembro 
rompiste el beso y la miraste.

Diana regresó tu mirada con aprensión al tiempo que soltaba tu miembro y se 
apartaba, temiendo que la rechazaras, pero no había nada que desearas menos. 
Rápidamente alargaste tu mano y la colocaste sobre uno de sus pechos, era suave 
y firme a la vez, y se ajustaba perfecto a la palma de tu mano, incluso podías 
sentir bajo el camisón el pezón que intentaba salir. Diana se sorprendió un 
momento, pero luego sonrió y regresó a tu miembro, tratando de identificarlo a 
través de la tela de la pijama.

Acariciaste su pecho un momento, y era claro que le producías placer, tanto 
como el toque de su mano en tu verga te lo daba a ti, pero deseabas ver más, 
tocar su piel desnuda, por lo que soltaste su otra mano e intentaste levantar 
el camisón sobre su cabeza. Diana te miró un momento y luego subió los brazos y 
se levantó para permitirte proseguir. Te sorprendiste al descubrir que no 
llevaba bragas, aunque claro, hubieran sido incómodas para masturbarse. Miraste 
atontado el ligero pelaje que cubría su entrepierna, era muy suave, pero lo 
suficiente para impedirte verla directamente. Tan concentrado estabas que no 
notaste que ella te desvestía hasta que tu camisa te bloqueó la vista, y antes 
que lo notaras estabas tan desnudo como ella, y con una gran erección frente a 
ti.

Diana te miró de nuevo, como pidiendo permiso, y colocó ambas manos alrededor 
de tu verga, por un momento temiste que te dijera algo de su reducido tamaño 
(comparada con otras que habías visto en Internet), pero tales pensamientos se 
borraron con el primer toque de sus manos, las primeras que te tocaban que no 
fueran las tuyas, sabías que no tardarías en eyacular, y como prueba ya había 
una gran gota de fluido en la punta de tu verga.

Rápidamente lanzaste tus hambrientas manos hacia el cuerpo de tu prima, tocaste 
sus pechos, sus oscuros pezones que se movían ante tu toque y luego bajaste, 
acariciando sus caderas, su estómago y sus piernas. Pasaste a sus muslos y 
finalmente, cuando tu prima abrió sus piernas a tu toque, introdujiste tus 
manos a su lugar sagrado.

Diana dio un gemido cuando tus dedos tocaron los labios de su vulva, y comenzó 
a jadear mientras tus dedos recorrían el interior y exterior de su rajita. Fue 
entonces que descubriste que tu también jadeabas, y que tu orgasmo no estaba 
lejos. Encontraste su clítoris en la punta de su vulva, y mientras lo sobabas 
suavemente entre dos dedos le advertiste.

---Diana... creo que voy... ---más no tuviste que decir nada más, pues al 
instante Diana te soltó, cortando la excitación. Tu también retiraste tus manos 
y la miraste. Su rostro estaba rojo, tanto como el tuyo, y su respiración era 
agitado como la tuya.

---¿No quieres... verlo más de cerca? ---ofreció mientras se retiraba un mechón 
de pelo de la frente, acto seguido se recostó en la cama de lado. Tú la 
seguiste, de forma que tu cabeza quedara a la altura de su pubis y viceversa. 
Conocías la famosa posición del 69, pero no estabas seguro si ella aceptaría 
comerte, o si tú lo harías.

De nuevo lanzaste tu manos a explorar, y Diana abrió las piernas para 
permitirte el acceso. Su vulva era más grande que las de tus primitas, pero muy 
parecida. Era rosada y húmeda por dentro, y exhalaba un olor maravilloso y 
desconocido. Apartaste con dos dedos los labios externos y examinaste el 
interior, al tiempo que sentías los dedos de tu prima sobre tu verga de nuevo.

El interior de su vagina era hermoso a tu vista, podías ver el pequeño bultito 
de su clítoris, completamente erecto, así como el pequeño agujero que era la 
virginal entrada a su vagina. No podías soportarlo más, era demasiado 
atrayente, y las manos de tu prima explorando tus testículos te decidieron.

Acercaste tu rostro a su entrepierna mientras aspirabas su aroma, y con 
delicadeza diste un beso a su sobresaliente clítoris. Todo el cuerpo de tu 
prima se tensó de placer y sorpresa, al tiempo que un gemido lo acompañaba. 
Entonces recorriste con tu lengua la longitud de su rajita y comenzaste a 
comértela. Era un sabor extraño, ni agradable ni desagradable, pero intoxicante 
e irresistible.

Pero una nueva sensación te llegó al momento. Sentiste que tu verga de pronto 
entraba a un lugar cálido y húmedo, que la rodeaba completamente al tiempo que 
la acariciaba por todos lados. Un gemido escapó de tus labios mientras tu prima 
comenzaba lamer tu miembro, y reanudaste esfuerzos en su vulva, prestando mucha 
atención a su clítoris. Sabías que no podrías resistir más, que si Diana seguía 
chupándote así eyacularías en su boca, deseabas advertirle, pero no podías 
apartarte de su rajita.

Fue Diana quien evitó que explotaras, soltándote un momento antes del punto sin 
regreso.

---Te necesito ---dijo entre gemidos. Apartaste tu rostro de su vulva mientras 
inconscientemente disparabas tu verga hacia ella, tratando de terminar---, 
quiero sentirte dentro ---repitió ella al tiempo que se giraba en la cama 
quedando sus piernas abiertas contigo en el centro. Más por instinto que 
pensando reaccionaste, incorporándote hasta quedar alineado con su rajita.

---Pero ---lograste decir---, ¿qué hay de tu... virginidad? ---dijiste 
recordando lo que antes había dicho.

---Te la... doy ---fue toda la respuesta de Diana, quien ya se había llevado 
las manos a la entrepierna y abría provocativamente su vulva mientras se 
frotaba el clítoris. Aquella visión, de tu hermosa prima acostada frente a ti 
dispuesta a todo te decidió. Sus pechos se alzaban al aire y su piel parecía 
arder de deseo, igual que tu.

Sin pensarlo más te acercaste a ella, sosteniendo tu miembro en la mano, y 
alineándolo con la entrada a su virgen vagina. Cuando la cabeza de tu verga 
tocó la humedad de su vulva sentiste que no resistirías. Era como si un forro 
de terciopelo cálido y estrecho se hubiera cerrado en torno a tu pene. Paraste 
un poco y luego presionaste un poco más. Sentiste como los labios de su vulva 
se plegaban a tu miembro, intentando succionarlo dentro del virginal cuerpecito 
de tu prima.

Entonces supiste que no soportarías, habías pasado el punto de no regreso, y 
siguiendo el instinto que te obligaba, empujaste con fuerza contra la virginal 
entrada de su vaginita y comenzaste a eyacular chorro tras chorro de semen 
mientras uno de los mayores orgasmos de tu vida te recorría. Duró mucho más de 
lo que creías posible, y cuando finalmente las contracciones de tus testículos 
cesaron te dejaste caer sin fuerza sobre la cama y el cuerpo de tu primita.

Te incorporaste tan rápido pudiste, preocupado por ella, poro viste en su 
rostro que Diana aún no llegaba a su clímax, e intentaba con sus propias manos 
alcanzar lo que le habías negado. Te deslizaste hacia abajo, hasta que tu 
rostro quedó a la altura de su vagina, y sin preocuparte por las manchas de 
semen que cubrían su ombligo, muslos y la sábana, así como toda su vulva, 
comenzaste a lamerla.

El sabor era muy diferente, pero no te importaba, ya que lo único que deseabas 
era hacerla sentir tan satisfecha como tú te habías sentido un momento antes. 
No bien habías tocado con tu lengua su clítoris un par de veces que Diana 
empezó a dar grititos al tiempo que subía y bajaba las caderas metódicamente. 
Finalmente se quedó quieta, tendida en la cama, satisfecha al fin.

Todo el cansancio de aquel ejercicio, así como las altas horas de la noche y la 
actividad a que habías sido sometido durante el día recayeron en ti entonces. 
Apenas tuviste fuerzas para subir a la cama, abrazar tiernamente el cuerpo 
desnudo de tu prima, sin preocuparte que una mano quedara sobre su pecho 
izquierdo, y caíste dormido. Apenas sentiste entre sueños cuando tu prima se 
movió para cubrirlos a ambos bajo las cobijas y correspondía a tu abrazo con un 
beso en la mejilla.