Author: Tod Natürlich Title: Primos Part: 2 Summary: Consideras las visitas semanales a casa de tus abuelos aburridas. Hasta que tus primas te muestran que hay cosas en qué ocuparse. Keywords: Mf gi fant 1st cons inc cous Language: Spanish ===== Primos ===== *** Bailando con Ana *** El próximo domingo, antes de llegar con tus abuelos, repasaste mentalmente que nada ocurriría. Ana usaría pantalones y no tendrías oportunidad de ver nada más que lo que ya habías visto infinitas veces. Te dijiste que tratarías de divertirte y pasarla bien, pero interiormente deseabas que las cosas fueran diferentes. E increíblemente parecía que alguien había oído tus deseos. Pues al llegar Ana corrió a saludarte (eras, después de todo, uno de sus primos favoritos) y al abrazarla no lograste suprimir una sonrisa de esperanza al ver que usaba falda de nuevo. Una larga falda roja con moños azules. ---¿Te gusta? ---te preguntó mostrándola y dando una pirueta---, me la acaba de comprar mi mamá. ---Es muy bonita, casi tanto como tú ---le contestaste. Ana soltó la falda y comenzó a mecerse, sin saber qué contestar, un instante después corría a saludar y presumir su vestido a tus papás, completamente olvidando lo que habías dicho. Saludaste entonces al resto de los presentes: tus abuelos, los papás de Cesar y Ana, Luis Ricardo y su mamá. De pronto te pareció que eran muy pocas personas para una casa tan grande, y es que cuando tú eras niño había muchas otras personas: tres tíos que ahora vivían lejos y no podían asistir. La casa de pronto te pareció enorme y desierta. Era un ceserón, diseñado para albergar familias con diez hijos y muchos familiares, con seis cuartos además de una inmensa sala, cocina, comedor y dos patios. Actualmente cuatro de los cuartos no se usaban, y los domingos casi todos se la pasaban platicando en la cocina o viendo televisión en el cuarto de tus abuelos. Todos éstos pensamientos pasaron por tu mente, pero no sin un motivo, pues tu imaginación ya te había colocado en uno de los cuartos vacíos acompañado de tu pequeña prima. Sacudiste la cabeza y te sentaste a platicar con tus tíos, pues tanto Luis Ricardo como Cesar habían salido con unos amigos a jugar fútbol, algo que a ti no te entusiasmaba mucho. Trataste de seguir la aburrida plática por media hora, hasta que te levantaste y decidiste ir al cuarto de tus abuelos a ver televisión. Sin embargo algo te detuvo a medio camino, notaste que una de las puertas de los cuartos estaba abierta. Con curiosidad abriste la puerta y te encontraste dentro a Ana, sentada en el piso peinando una muñeca antigua, probablemente propiedad de tu bisabuela. Ana rápidamente escondió la muñeca y puso cara de culpa, tú sonreíste y entraste. Cerrando discretamente la puerta tras de ti. ---¿Qué haces Ana? -le preguntaste dulcemente. ---Nada ---contestó ella aún tratando de esconder la muñeca a sus espaldas. ---Creo que mi abuelita te había dicho que no debías jugar con esas muñecas, ¿qué crees que te diría si te viera? ---le preguntaste imitando la cara de regaño de tu abuelita, lo que la hizo reírse---, ¿Por qué no dejas la muñeca y jugamos a algo más? ---volviste a preguntarle. Ana accedió al instante. Se levantó y puso la muñeca junto al resto de la colección. ---¿A qué jugamos? ---te preguntó. ---No sé ---le contestaste---, ¿a qué te gustaría jugar? ---Bien sabías a lo que te hubiera gustado jugar, pero no te atrevías a decirlo. ---¿Bailarías conmigo? ---dijo al fin Ana. ---¿Cómo? ---Le preguntaste asombrado. ---Como en las caris, las princesas usan vestidos y siempre bailan con el príncipe ---Te contestó medio apenada. Le sonreíste y le tendiste la mano, poniendo tu expresión más principesca posible. Ana se rió y tomó tu mano, mientras comenzaba a tararear el vals de la Bella y la Bestia. No eras muy buen bailarín, pero te defendías contra una niña de nueve años. Lo complicado era que Ana era tan pequeña que tenías que doblarte sobre ella y no era nada cómodo. Finalmente decidiste arrodillarte y así quedar a su altura, era más difícil moverse, pero las manos quedaban donde debían quedar. Se movieron un par de vueltas por la habitación, y pronto sentiste que tu mano sobre la espalda de Ana comenzaba a descender, y no hiciste nada para detenerla. Llegó hasta la parte baja de la espalda de tu primita y ella tampoco dijo nada, así que seguiste bajando. No podías creer que tenías la mano ya completamente sobre su trasero y tu primita siguiera bailando como si nada, tú realmente ya estabas algo excitado, y en un impulso le apretaste ligeramente el trasero. Ana saltó y se alejó de ti, riéndose, para tu alivio. ---No me hagas así ---Te reclamó. ---¿Cómo? ---le preguntaste en tono juguetón, aunque dentro estabas bastante preocupado. ---¡Que no me hagas cosquillas! ---te reclamó. Y en un aire de inspiración la levantaste del suelo y la pusiste en la cama, atacándola con cosquillas por todas partes. Comenzaste en las costillas y seguiste hacia su estómago mientras Ana se retorcía de risa y daba manazos y patadas tratando de detenerte. Entonces pasaste a sus piernas y comenzaste a subir. Ana seguía muerta de risa y parecía disfrutar mucho el juego de las cosquillas, por lo que te atreviste a meterla mano bajo su falta y con una mano cosquillearle los tersos muslos mientras con la otra mano continuabas haciéndole cosquillas en las costillas. Pronto tu mano en sus mulsos subió hasta tocar el comienzo de sus calzones de encaje. Recorriste el encaje hacia su pierna y de regreso, luego recorriste el límite superior, pasando por su ombligo hasta el otro lado. Ante esto Ana reanudó sus risas, el estómago era de sus partes más cosquillosas. Ya apenas pensabas en las cosquillas, deseabas levantar la falda y mirar lo que tu mano estaba tocando, en ese momento había tomado la parte superior de sus calzoncitos con dos dedos mientras los demás seguían haciéndole cosquillas y estabas a punto de introducir tu mano en sus braguitas cuando un espasmo de la pierna de Ana dio con tu codo. Retiraste la mano sobándote el codo y moviendo la mano, te había dado justo en el nervio. Ana aprovechó para respirar mientras te recuperabas y entonces se lanzó sobre ti, tratando de hacerte cosquillas. Mas también entonces se abrió la puerta y entró Cesar, sudado y jadeando. ---¡Oye! ---te dijo ---Ven a jugar al patio, necesitamos otro jugador. ¡Por favor!- Antes que pudieras pensar ya habías accedido, probablemente alguna parte de tu mente que aún funcionaba lo había dicho por ti, así que dejaste a Ana y seguiste a Cesar. Pasaste el resto de la tarde jugando con Cesar, Luis y sus amigos. No te gustaba mucho el fútbol, pero una vez que comenzabas lo disfrutabas, y te sirvió además para olvidarte de tu prima por un rato y perder la erección que habías ganado mientras le hacías cosquillas. Habías leído mucho acerca de los problemas que tenían los jóvenes para esconder sus erecciones, pero al menos ese problema no era tuyo, no tenías un pene demasiado grande, por lo que incluso erecto podía disimularse (algo dolorosamente) dentro del pantalón. No fue hasta que ya había caído el Sol, cuando los amigos de Luis se retiraron, que volvieron a la casa. Tus papás, tíos y abuelos seguían platicando. Y tu abuela los mandó a todos a bañarse, bueno, sólo a Cesar y a Luis, ya que tú no tenías ropa ahí, así que tendrías que esperar hasta regresar a tu casa. Entonces notaste que Ana no estaba con ellos. Fuiste al cuarto donde la habías dejado y precisamente ahí la encontraste. Se había quedado dormida en la cama con dos de las muñecas a su lado. Con cuidado tomaste las muñecas y las pusiste en su lugar, no querías que regañaran a tu prima, y luego la contemplaste plácidamente dormida. Mas de nuevo venían imágenes que sabías indebidas a tu mente, y el recuerdo de aquello que había pasado hacía menos de un día te parecías de pronto como algo casi olvidado. Con cuidado acercaste tu mano hasta su falda y la levantaste. Ahí estaban, tal como tus dedos las recordaban, las braguitas blancas con encaje de tu primita, cubrían desde debajo de su ombligo hasta los límites de lo que suponías era su diminuta rajita. Dejaste delicadamente la falda sobre su estómago y, sin dejar de mirarla por si despertaba, te inclinaste para ver de cerca ese punto que tanta curiosidad te había causado desde hacía ya una semana. Tocaste delicadamente los lindes del calzoncito, casi sin atreverte a presionar, pero poco a poco tu dedo recorrió todo el perímetro, desde una piernita hasta la otra y todo su estómago. De pronto te parecía que tu primita era tan pequeña como una de las muñecas con las que había estado jugando. Lentamente comenzaste a acariciar con un dedo sobre sus bragas, dirigiéndote al centro, a su entrepierna, a aquel lugar donde sabía debía estar la diminuta línea que representaba su vulva, la entrada a su vaginita. Tu dedo se movía lentamente en su entrepierna sobre el calzoncito cuando sentiste un ligero pliegue debajo, justo en el centro y yendo hacia abajo. No podías creerlo, estabas tocando su rajita, sobre su calzón, pero era lo más cerca que jamás habías estado a una vulva verdadera. Comenzaste a mover tu dedo de arriba abajo siguiendo la línea, desde donde comenzaba hasta que se perdía entre las piernas poco abiertas de tu primita dormida. La frotaste de arriba abajo una y otra vez, maravillado. Poco a poco la tela del calzoncito comenzaba a introducirse en la diminuta línea que recorrías, e incluso te pareció notar que la tela comenzaba a humedecerse. Acercaste el rostro y aspiraste. Era un olor como nunca habías saboreado, dulce y amargo a la vez. Potente y atrayente. Te atreviste a presionar con más fuerza tu dedo. Y entonces Ana se movió. Te retiraste rápidamente, pero tu prima seguía dormida. Viste desilusionado que se daba la vuelta en la cama, cerrando la entrepierna y acurrucándose. Y entonces notaste que su mano izquierda iba a ponerse entre sus piernas, justo donde la habías estado tocando. Fue entonces que algo de raciocinio entró en ti, y saliste del cuarto tratando de mantener la calma.